Hace tiempo comencé a leer una novela de un escritor estadounidense contemporáneo, en la que a un adolescente ver las fotografías de un guapo joven mutilado le causaba tal impresión que comenzaba a escribir una serie de relatos sobre escenas explícitas (vividas «realmente» o inventadas) que mezclaban encuentros homosexuales desaforados, escatología y sadismo. Para mí no fue una lectura impuesta, sino elección libre, pero algunas escenas alcanzaban una intensidad tal que, de pronto, pasaba de una página a otra mientras me preguntaba: «¿por qué demonios tengo que estar leyendo esto? ¿Es manda o qué, quién me obliga a seguir?». Obvio, en ningún momento dejé el libro hasta que leí la última palabra. De eso hará alrededor de diez años. Pues bien, no había vuelto a sentir lo mismo hasta que comencé la más reciente obra de Rafael Medina.
Porque, lo digo de entrada, Una poética del mal es, en efecto, un libro incómodo y que incomoda, que nomás no se puede leer lo que se dice «a gusto». Pertenece a ese tipo de narrativa que se empeña en estar molestando continuamente a sus lectores, que le apuesta de manera reiterada a que lo deje por la paz, como un amante retador, seguro de lo que ofrece: «a ver, déjame; a ver, pues». Y, por supuesto, no se le deja.
La narrativa de Rafael Medina nunca ha sido complaciente. Al contrario, sus cuentos abrevan de anécdotas ríspidas, encuentran a fuerzas el lado oscuro y poco amable a la vida, prefieren las relaciones difíciles y complicadas entre la gente, y no pocas veces se regodean en detalles mórbidos. Hace también algunos años le pedí textos a Rafael para un libro que sería material de lectura estudiantil. Siempre fueron los más comentados y dividían los grupos en quienes los rechazaban de manera tajante (por supuesto, no faltaron alumnos —los menos, cierto— que decían categóricos que «eso» no era literatura, que la verdadera literatura tenía que ser «bella y agradable»), y quienes pedían más del mismo autor.
No es difícil saber por qué tenía más simpatizantes: esto lo propiciaban la amenidad y el ritmo ágil que Rafael imprime siempre en sus narraciones, la capacidad para captar de manera efectiva los giros e inflexiones del lenguaje coloquial que no desdeña, pero tampoco abusa de las palabras «altisonantes». Y a
sí recrea anécdotas y ambientes que sin duda hacen contacto con el lector.
Entonces, ¿por qué mi incomodidad al leer Una poética del mal? Aquí llegamos a un terreno peliagudo. Hay algo en las letras mexicanas de los últimos años que se ha dado en llamar narcoliteratura, corpus donde se han incluido desde una excelente novela como Trabajos del reino, de Yuri Herrera, hasta otras cosas que una vez pasado el furor por esta moda literaria nadie recordará. Como ya lo dijo Eduardo Antonio Parra, aunque se trate de un asunto actual, que está a la orden del día —o tal vez por eso mismo—, y por tener un gran impacto psicológico en la población, es definitivamente problemático abordar el narcotráfico en la literatura.
Pero Rafael Medina ha acometido esta empresa en Una poética del mal desde una posición inteligente y, en mi opinión, debido al apabullante cúmulo de información que padecemos desde todos los flancos y todos los medios, mucho más efectiva. Esto es, no hacer que aparezcan los buenos y los malos, los delincuentes y la policía, los jefes y los vasallos, quien quiera que sea cada uno de ellos; sino interesarse por quienes están detrás o al lado de este enorme asunto, los que reciben de manera directa e inclemente los efectos de este combate.
Así, a la muchacha pendeja que se va a casar con un incipiente narco golpeador en «Le dije que sí porque va a cambiar», el lector no puede augurarle un final feliz. Como también, al médico cuyo hospital se beneficia de los caprichos estéticos de la esposa buchona prepotente, pero muy generosa, en «La Beca», es fácil predecirle un destino similar al de otros de sus colegas, encajuelados o desaparecidos. O los padecimientos del pobre bobalicón dientudo a quien los dueños del pueblo, nomás por pura diversión, no le dejan siquiera bajar al arroyo de la calle para llegar a la acera de enfrente en «Nomás quería bajar un piecito».
Desde los títulos se puede ir delineando el plan narrativo de Una poética del mal: al ser tan evidentes, y claramente irónicos, aparece que la intención es mirar hacia la mera naturaleza humana, las emociones u obsesiones que nos mueven: el deseo, la ambición, el rencor. Mirar hacia lo básico e inmediato, despojado de complicaciones formales o lingüísticas.
Pero tampoco quiere decir que el autor se haya puesto demasiado serio y seguido por el camino del drama, de ninguna manera. Hay ironía y mucho humor (negro) en este volumen, como en toda la obra de Rafael Medina. Es inclemente y se mofa de sus personajes, como en «Mi cuñado en un mundo sin Dios», donde un artista conceptual se enfrenta al insólito y misterioso triunfo económico de su cuñado, quien incluso se permite comprarle sus obras. O en el retrato del hipster adinerado que desde su departamento de lujo planea y sueña con su llegada al Olimpo de los anarquistas ecológicos.
¿Y dónde quedó lo repelente, lo incómodo? Pues eso, que a pesar de que en ciertos momentos era inevitable soltar una sonrisa o francamente divertirse con los personajes, no deja de parecerme, como a Parra, un tema difícil. Sobre todo, porque hay cuentos que cuando vuelva a tomar el libro —lo confieso— probablemente me los brinque. Como la visión crudísima del sicario adolescente y recién estrenado en la chamba que está en «Omosexual se escribe sin hache». También «Terapia familiar», donde hacia el final del cuento se encuentra la escena más grotesca y abrumadora que he leído en mucho tiempo. A eso que pensé hace años con el novelista gringo, podría cambiarle el nombre y aplicarlo muy bien a este libro de Rafael Medina.
Pero a final de cuentas está bien eso, ¿o no? Que un libro mueva, que no nos deje indiferentes y nos haga cuestionarnos a través de la risa o la mofa, de la confrontación con una realidad que nos supera, que nos agobia, que nos rodea. Así pues, déjense mover por esta poética del mal de Rafael Medina.
**Texto leído por el doctor Luis Martín Ulloa en la presentación del libro «Una poética del mal» de Rafael Medina en la Librería José Luis Martínez del Fondo de Cultura Económica el pasado 23 de mayo de 2014.
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