Evitar la desafección política
En 23 mayo, 2018 | 0 Comentarios

La concepción del estado ideal para evitar la desafección política, según Immanuel Kant.

 

Gabriel Cerda Vidal

 

Como sabemos, el concepto de persona surge a la luz de una idea ética. Esto es, la persona se define no atendiendo solo la especial dimensión de su ser (racionalidad, individualidad e identidad) (Kant, 1978:38), sino descubriendo en ella la proyección de otro mundo distinto al de la realidad, subrayando que persona es aquel ente que tiene un fin propio que cumplir por propia determinación, aquel que tiene un fin en sí mismo y que, cabalmente por eso, posee dignidad, a diferencia de todos los demás, que tienen su fin fuera de sí, que sirven como mero medio a fines ajenos y que, por tanto, tienen precio.

En la excelente obra titulada Kant y el derecho internacional, la doctora Beatriz Maldonado Simán (Maldonado, 2017) plantea un recuento de lo que Kant proyectaba para la idea de un estado fuerte y benefactor, participativo, democrático e incluyente. Previo a hacer la explicación de una parte de la filosofía de Kant, de suyo apasionante y compleja, debemos decir que, este filósofo perfeccionista, levantaba tanto entusiastas admiraciones, como enconados detractores, por ejemplo, Friedrich Nietzsche, quien pensaba que Kant era lo peor que le había pasado a la filosofía alemana (en realidad él era lo que ahora sería polaco) (Nietzsche, 2014). Lo cierto es que era un convencido del orden y de la moral, dos condiciones indispensables para tramar un estado fuerte e incluyente, y dos atributos con los que Friedrich Nietzsche estaba en desacuerdo.

Para poder contextualizar a Kant, como decíamos, es preciso hacer un repaso de las tres grandes figuras del pensamiento occidental, que de alguna manera representan juntos el pensamiento de Kant.

En el área de la epistemología, y dentro de la metodología en particular, durante mucho tiempo, específicamente en las décadas de los setenta y ochenta, se agudizó un debate que polarizaba dos perspectivas aparentemente irreconciliables. Por una parte, el pensamiento positivista a ultranza, en aquel tiempo atribuido a las universidades y académicos norteamericanos, herederos de la filosofía sociológica de Emilio Durkheim (1996), de Talcott Parsons (1968:208-211), y evidentemente de Augusto Comte (Abbagnano, 1994). La filosofía positivista generaba un pensamiento que pretendía comprender a la sociedad a partir de los números exclusivamente, sin tomar en cuenta ninguna otra variable que no fuera estadística fría y pura. Sin pretender ser simplista, se trata sin duda de la tradición del pensamiento aristotélico: la razón y el materialismo como forma de interpretar el mundo. Es el enfoque metodológico cuantitativo.

Paralelamente, según Antonio Alonso (1983), se generaba en particular en gran parte de América Latina otra cosmovisión más incluyente e interpretativa, derivada de la tradición de Weber (1960), denominada entonces historicista marxista. Aún el pensamiento marxista no había caído en el descrédito que la propaganda transnacional neoliberal le impuso injustamente. Citar a Marx (1999) era casi una obligación. Esta metodología era particularmente interpretativa, y sobre todo valoraba las variables históricas de cada pueblo y región. Ambas chocaron siempre, una devaluando el trabajo sociológico de la otra. Sin ánimo de resultar reduccionista, se trata, sin duda, de la tradición del pensamiento platónico: El idealismo interpretativo como una forma de descifrar el mundo. Es el enfoque metodológico cualitativo.

No fue sino hasta la brillante aportación de Jürgen Habermas (2005:3), heredero de la tradición de la Escuela de Frankfurt (Wiggershaus, 2000:478), que diferenció y armonizó claramente ambos paradigmas de investigación, y no solo eso, sino que hizo la aportación de un tercero, que entre los tres, conforman claramente la naturaleza del pensamiento de Kant en cuanto a la disposición del Estado. Este último paradigma es el paradigma crítico o intervencionista.

Existen, pues, tres paradigmas epistemológicos principales a decir de Habermas, de los cuales, mediante una modesta aportación de elucidación, podríamos afirmar su paternidad, a saber:

  1. El paradigma cuantitativo positivista: racional y materialista, su expresión es numérica y la lógica de su pensamiento es deductiva; pretende predecir para controlar, y se manifiesta mediante los números y la estadística, es decir, la razón nutre la ética. Su padre: Aristóteles.
  2. El paradigma cualitativo interpretativo: intuitivo e idealista, su expresión es el discurso y la lógica de su pensamiento es inductiva; pretende comprender para convivir, y se manifiesta mediante palabras, es decir, de la idea, la intuición, lo intangible. Su padre: Platón.
  3. El paradigma crítico o intervencionista: es ético y moralista; su expresión es la acción, y la lógica de su pensamiento puede ser deductiva o inductiva; pretende emancipar para liberar y supone relaciones de dominación. Se manifiesta mediante actos morales benéficos para la colectividad, es decir, la moral. Su padre: Sócrates.

Todo esto viene a colación porque, en efecto, el pensamiento complejo de Immanuel Kant enmarca a todos y cada uno de los tres principios: es racionalista y materialista en términos de concebir el denominado fenómeno, de carácter empírico (Aristóteles), a partir de la realidad, del cual se crea la idea, en gran medida inaccesible para el pensamiento humano, lo que él denominó noúmeno, de carácter inteligible, la idea pura de la cosa (Platón), para el ejercicio puro de la norma y el sometimiento de la voluntad individual en pos del beneficio colectivo y de la felicidad de la sociedad en la construcción del Estado moral (Sócrates).

Esta fórmula es el antídoto que propone Kant para evitar la apatía social, lo que ahora conocemos como desafección, es decir, promover la activa participación del ciudadano en el bien común: la preeminencia del grupo en lugar del individuo, por esto es que Nietzsche lo criticó tanto.

La filosofía de Kant se denominó como trascendental, y proponía la libertad del sujeto trascendental en progreso del género humano. Concebía el derecho internacional como una teoría jurídica abstracta, en la que, a partir del bien común, se debería respetar a las naciones en una especie de colaboración universal voluntaria, en donde el derecho debe someter a lo político.

Textualmente apunta la doctora Beatriz Maldonado Simán:

La finalidad de la racionalidad es que el hombre sea capaz de crear sus propias reglas de convivencia, por lo que el idealismo trascendental de Kant no descansa en criterios de felicidad personal, es decir, en la satisfacción de necesidades derivadas del mundo sensible, sino en criterios meta-empíricos, con validez objetiva que hagan posible la convivencia entre todos los hombres –la humanidad en términos de derecho internacional (Maldonado, 2017:23).

Para Kant la razón es como el sol, que, según la teoría heliocéntrica, debería ser el centro de la conducta humana. La teoría jurídica, por lo tanto, debería tener como finalidad la convivencia pacífica a partir del conocimiento y de la razón. El hombre, por lo tanto, debe considerarse un ser libre, con independencia del derecho y de la moral. Tanto el Estado como el hombre devienen en entidades eminentemente justas por el uso de la razón, con lo que se promoverá una sociedad participativa, lejos de la apatía, lejos de la desafección. Para Kant, el ser racional debe obedecer a la contención de la ley moral en pos del bien común y del derecho.

En cuanto al criticismo de Kant, se entiende como un conocimiento a priori, al cual la razón dota de validez universal a partir de propuestas jurídico políticas. La libertad la concibe como un supuesto de la razón práctica con validez objetiva para la construcción del Estado con principios jurídicos mediante la aplicación del derecho vigente.

Toda vez que la moral kantiana no tiene nada que ver con la felicidad egoísta, propone, entonces, una sociedad sensata de participación común uniforme en pos de la armonía colectiva y del correcto funcionamiento del Estado. El ejercicio del derecho, por ejemplo, el sufragio, es una muestra de una sociedad civil organizada y razonable, como la ideó Kant; lo contrario, la apatía y la desafección políticas, se alejan de su modelo propuesto y generarán el debilitamiento del estado y eventualmente la anarquía, entendida en la peor de sus acepciones.

BIBLIOGRAFÍA

Abbagnano, Nicola (1994). «Kant», Historia de la Filosofía (vol. II, 4.ª ed.). Barcelona: Hora.

Alonso, José Antonio (1983). Metodología. Ciudad de México: Edicol.

Durkheim, Emilio (1996. «¿Qué es un hecho social?». En Las reglas del método sociológico. Ciudad de México: Porrúa.

Habermas, Jürgen (2005). «Tres modelos de democracia. Sobre el concepto de una política deliberativa». Polis, Revista de la Universidad Bolivariana, 4(10), 3.

Kant, Emanuel (1978). Principios metafísicos de la doctrina del derecho. Ciudad de México: UNAM.

Maldonado Simán, Beatriz (2017). Kant y el derecho internacional. Zapopan: Arlequín.

Marx, Karl (1999). El Capital. Crítica de la economía política. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.

Nietzsche, Friedrich (2014). El anticristo. Ciudad de México: Editores Mexicanos Unidos.

Parsons, Talcott (1968). La estructura de la acción social I. Madrid: Ediciones Guadarrama.

Weber, Alfred (1960). Historia de la cultura (Luis Recaséns Siches, trad.). Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.

Wiggershaus, Rolf (2000). La escuela de Fráncfort. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.