Por Hariet Quint
Impotencia. Este es el tema que ocupa ahora al escritor Rafael Medina. Impotencia advertida desde el título Arma vacía y otros cuentos para impotentes. Impotencia insinuada desde la ilustración de la portada diseñada por López Galindo para la editorial Arlequín. Se trata de una mano que apunta como arma con el dedo índice desmesuradamente alargado y —cosa inexplicable, algo que atenta contra todas las leyes de la física y la anatomía— el dedo está caído, doblado, señalando el vil suelo, en vez de estar erguido y firme apuntando con optimismo y esperanza hacia adelante, hacia algún sitio placentero y prometedor, hacia el cielo, pues. Impotencia, tema tan universal que Rafael Medina plasma con enorme sentido del humor en las páginas de su más reciente libro de cuentos. Impotencia, ay, tema tan callado en la vida real, tan vergonzoso, tan íntimo, tan frustrante que, define en primera instancia un estado físico, y luego hace alusión a uno emocional, manifestado por el enojo, el coraje, la rabia, la ignominia y, en algunos casos hasta la locura.
Los personajes de Rafael Medina experimentan, todos ellos, ese estado, desde luego, traumatizante. Por ejemplo, Judith es una psicóloga que “buscaba el exterminio de la” creación, perdón, “erección” y termina mal, muy mal la pobre, asesinada por algún hombre que ya no aguantó su continua y descabellada humillación; una pobre loca abandonada por su marido le pide con insistencia al médico que hable con él y le diga que, a pesar de su enfermedad mental, ella sigue teniendo deseos sexuales; un hombre que, frívolamente desesperado por su impotencia, le pide a otro que finja un atraco y abuse en su presencia de su propia mujer; un desempleado obsesionado por el sexo se queja que su esposa no grita durante el acto íntimo; un escritor que busca refugio de su impotencia en le escritura, fracasa también en este ámbito ante la poca aceptación de sus textos mediocres.
Impotencia que se da en diferentes edades, en diferentes niveles sociales que representan los variados personajes de los 14 cuentos de este tomo, impotencia cuya descripción se agota desde la perspectiva de varias voces narrativas: relata él, relata ella y relata una tercera persona que, al no estar involucrada en los hechos, guarda una perspectiva más fría y distante. Impotencia que se presenta, en pocas palabras, como enfermedad, más no se ofrece la cura y tampoco se despierta ni la mas mínima compasión ante este hecho en los personajes femeninos.
Algo, sin embargo, mantiene unido este abanico de situaciones y personajes. No solamente se trata del mismo asunto, sino también de una reacción generalizada ante esta inhibición sexual involuntaria. Los personajes masculinos están invadidos por un terrible sentimiento de frustración, rabia, enojo y desesperación debido a esa calamidad que llega de repente a sus vidas, así nomás, sin ton ni son. Y el autor canaliza estos sentimientos en un fluir rápido y acelerado construyendo con maestría la trama, el perfil psicológico de sus personajes y usa con predilección el lenguaje coloquial, porque sólo así es como el coraje mana sin obstáculo alguno.
Hay varias cosas que demuestran la maestría con la que Rafael Medina escribe sus cuentos: el lenguaje fluido, los títulos atinados, por ejemplo. Pero me gustaría destacar dos, que a mi parecer son relevantes. Primero, algo que ya le había elogiado hace 11 años cuando le presenté el libro La cruz de la bestia. Se trata de la facilidad con la que cambia la voz narrativa. Los soliloquios tanto de un personaje masculino como el de uno femenino suenan tan propios, tan acordes a la naturaleza de cada uno que el texto se lee con mucha fluidez y el lector se transporta inmediatamente en el mundo narrado. Eso demuestra gran maestría en la construcción de los personajes, de la trama, pero además del lenguaje en el que se narra lo acontecido. En La cruz de la bestia, cuentos que giran alrededor de acontecimientos históricos que marcaron Guadalajara, generalmente sucesos violentos en los que partes de la ciudad fueron destruidas, eventos que impactaron en la vida de los personajes, se nota también una nostalgia, impotencia y rabia por los lugares desaparecidos que nunca más podrán ser recuperados como espacios urbanos. El asunto en este libro de cuentos se percibe grave, si lo pudiera traducir a términos musicales, lo definiría como un tono barítono. En el libro de cuentos que nos ocupa hoy Arma vacía y otros cuentos para impotentes, la cosa se percibe un poco diferente, y ese es el segundo gran logro narrativo de Rafael Medina. En esta ocasión el asunto es grave también, de eso no cabe duda alguna, a ningún hombre le gustaría volverse impotente en el momento más inadecuado y, a decir verdad, pues tampoco le conviene a ninguna mujer que esto suceda, pero en esta ocasión hay un leve y elegante tono humorístico en el texto, a tal grado que yo, como lector femenino, no puedo más que reírme y no lo hago hacia mis adentros, al contrario, en ratos suelto hasta la carcajada. ¿Por qué digo que eso es un logro narrativo? Porque cuando un escritor narra con humor e ironía un asunto grave, es porque adquirió una gran madurez en su oficio de narrar. Es capaz de poner una distancia entre él y el mundo ficticio y, a la vez, obliga al lector a tener una postura reflexiva y no compasiva. En términos musicales diríamos que se trata de variaciones sobre el mismo Leitmotiv en voz enérgica, placentera y saltarina de una soprano.
Rafael Medina no presenta en sus cuentos el melodrama de la impotencia sexual, al contrario, la muestra como un asunto patológico cuyos límites pueden rayar en la locura, que puede afectar a cualquier edad, pero sobre todo, parece ser que es un asunto inevitable en la vida de cualquier hombre, nos dice con cierto pesimismo el autor, y que nunca hay que cantar victoria antes de tiempo. Por ejemplo, a don Vicente Arriaga a los 73 años, para su asombro, no solo se le quedó “el arma vacía” sino también se le “cayó el fierro”. Impotencia, pues, ejemplificada con ese dedo, que en la portada del libro apunta como pistola y en contra de su propia naturaleza está doblado hacia el piso y augura de este modo una inexorable pérdida de poder, la caída del cielo, el fin del paraíso dichoso, el inicio de una existencia vacía de placer y, desde luego, justifica esa frase fenomenal y atinada sobre la cual se construye todo el libro: “En la vida no hay nada más vulnerable, más frágil, que el corazón de una mujer y la erección de un hombre”.