Conforme pasan los días y los años reafirmo que pocas personas tienen clara la diferencia entre una editorial y una librería, por tanto, con ojos lagañosos apenas si alcanzan a entender las funciones y beneficios de cada una. Lo que con más frecuencia me ha tocado ver son aquellas personas que creen que por ser una editorial tiene que haber en el catálogo cualquier título que se les ocurra, pasando por la superación personal, los temas esotéricos, de posturas sexuales, de matemáticas para bachillerato, de medicina, etc. Porque finalmente todos son libros ¿no? y las editoriales hacen libros. Difícilmente la reflexión de que hay negocios especializados en tal o cual producto se vincula con el terreno editorial, quizás porque nos da flojera hacerlo. Pero, en la vida cotidiana no le pides al que vende aguas frescas que te venda un ciento de tornillos de una y media pulgadas, ¿verdad? Parecerá un ejemplo muy desfasado y loco pero así me suenan a mí los cuestionamientos de mucha gente. Mi comentario no sólo tiene relación con lo que cualquier persona que asiste a una feria o de casualidad entra a una librería puede preguntar, sino también tiene relación con lo que ocurre dentro de las instituciones educativas, donde la persona encargada de dar el visto bueno a los materiales educativos; tanto de texto como de literatura en general que se llevarán en el ciclo o semestre escolar, no es capaz de visualizar la diferencia entre:

  1. a) un vendedor que distribuye por su cuenta cualquier material que se le solicite,
  2. b) el servicio que puede ofrecer la cadena de librerías locales en sus instalaciones,
  3. c) un representante directo de una editorial, como Arlequín, empresa hecha y derecha, que paga impuestos, que puede emitir facturas, que puede vincular a la comunidad educativa con los autores, que puede ofrecer descuentos de acuerdo a sus posibilidades, simplemente por el hecho de ser quienes fijan los precios de los libros que están en su catálogo y por tanto son dueños de los mismos.

Todo parece indicar que viven sumergidos en una inercia que no les permite cuestionar sus procesos que cada año repiten por puro trámite. El lado risible de esta actitud se da cuando, por desconocimiento (según eso) después de que han adquirido materiales con un distribuidor privado o librería, recuerdan que los profesores que imparten tal o cual material requieren de una “cortesía”. Entonces sí existe en su agenda los teléfonos, correos electrónicos y el domicilio de nuestras instalaciones, para establecer un contacto que generalmente se vuelve exigencia para atender a su petición. Ya que apelan a la cercanía de nuestra oficina en la zona metropolitana para recibir de inmediato su “cortesía”.

Aunado a esto hay que capotear —al más puro estilo taurino— la actitud frente a los materiales hechos en su propio estado o país: el malinchismo en todo su esplendor. Hay quienes tienen la idea que lo hecho en su propio estado se trata de algo casero, que no tiene calidad y que por lo tanto esta en desventaja con las editoriales trasnacionales. Esta postura generalmente se sustenta con especulaciones, porque el perfil de estas personas es compatible con la apatía de conocer algo nuevo y diferente. Como si la realidad fuera inamovible y no mutara.

Cabe señalar, con respecto al papel de las librerías en nuestra localidad y fuera de ésta, que su trabajo se debe centrar principalmente en ofrecer un servicio de máxima calidad en atención al publico (en cada una de sus sucursales y dentro de sus instalaciones) con gente capaz y por lo menos medianamente informada de lo que ahí se comercializa. No es tolerable solicitar un título y recibir como respuesta la expresión insulsa de un empleado que le da pereza ir a consultar su sistema, porque finalmente su estancia en dicho empleo es temporal. Cuando me refiero a que el trabajo debe ser dentro de sus instalaciones lo hago en alusión a su incansable comercialización en los días previos al comienzo del ciclo escolar en los patios de las instituciones educativas privadas. Lo cual rompe de tajo con la posibilidad de que el joven, adolescente o niño practique de manera natural sus visitas a una librería teniendo como pretexto de entrada, por lo menos adquirir el material escolar.

Por fortuna, en Ediciones Arlequín no nos hemos quedado con los brazos cruzados y poco a poco buscamos alterar la normalidad de estas posturas mediante la promoción de nuestros materiales, que dan cuenta de que en nuestro caso lo hecho en nuestro estado tiene calidad y mucho que ofrecer en sus contenidos, precios accesibles, entregas inmediatas y, lo mejor, el trato directo. No puedo dejar de mencionar que esto se logra con la experiencia en dos sentidos: las malas pasadas comerciales, generalmente por propios colegas locales, y nuestra terquedad objetiva acompañada de nuestro magnifico equipo de trabajo que vale en oro su peso en kilos.

 

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