Alfredo Hermosillo • 7 –Ago-2007, Atrio Espacio Cultural, México, DF

Todos sus lectores estamos de acuerdo: Manel Zabala es un escritor sorprendente. Luego de muchas peripecias que no tiene caso contar ahora, recibí el libro de Zabala, Paella mixta, minutos antes de mi viaje de Guadalajara a Zapotlán, ese pueblo que de tan grande nos lo hicieron ciudad hace unos años, como diría Arreola. Por distracción, no empecé a leerlo en cuanto me subí al autobús, así que al llegar apenas estaba por terminar el cuento en el que Patufet, ese Pulgarcito catalán, disertaba sobre filosofía con un parásito, digo, una tenia, en el vientre de un buey. Justo en el momento en que cogí el taxi terminé el cuento. Al llegar a casa ya había empezado la historia del conejo tambor. Una vez instalado en mi sillón favorito, me preparé una copa y terminé de leer el libro. Una pregunta no dejaba de darme vueltas en la cabeza, ¿cómo le hizo?, ¿cómo le hizo Manel Zabala para contar esas espléndidas historias, excéntricas, prodigiosas en su invención verbal? Lo único que me quedaba claro era que Zabala había conseguido relatos que son un no sé qué maravilloso. Cómo soy un lector neurótico que no se conforma con disfrutar cómodamente del placer del texto, interrumpí todas mis actividades de esa tarde (es decir, me perdí el juego del Barça) y me puse a leer todo el libro otra vez para descubrir, como quien fisgonea en el sombrero del mago, los trucos a partir de los cuales estaban elaborados sus cuentos. Dispuesto a imitar a Vladimir Propp y a toda la escuela formalista, me enfrenté de nuevo al libro, está vez bisturí en mano. Me resulto imposible. A las tres primeras páginas ya estaba vencido por la escritura festiva de Manel. No me costó trabajo olvidar mi vocación teórica y dedicarme a gozar con la lectura, dejando que me sorprendiera su libre invención carnavalesca.
La escritura de Manel es una fiesta, una celebración de la inteligencia y el rigor. Me gusta considerar a Zabala uno más de los escritores raros que tanto disfruto, Gógol , Gadda, Landolfi, Gombrowicz, Sergio Pitol, etc., excéntricos que tienen en común una prodigiosa invención verbal y la exquisita complejidad de sus recursos humorísticos. Si tuviera que definirlos en unas cuántas frases diría que la obra de los excéntricos está dirigida contra la pesadez y la solemnidad anquilosada. Que detestan la vulgaridad y que en tono satírico, carnavalesco, paródico, su mordacidad alcanza límites geniales
La literatura de Manel Zabala va en camino de convertirse en una joya estelar del universo de las letras excéntricas de nuestro tiempo, una literatura que se inscribe en una tradición muy líquida -decir sólida sería un despropósito según nos dice Enrique Vila-Matas, ese otro gran excéntrico. Debo medir mis palabras y explicarme mejor para eliminar posibles malentendidos, al calificar a Zabala de excéntrico no me refiero a que se comporta como su personaje, Ratpenat, el murciélago que luego de un cohetazo provocado por la mala puntería de Raúl (sí el veterano delantero del Madrid) se convierte en hombre indeseable, primero, y luego en un artista extravagante y de vanguardia que es adorado porque duerme en un fluorescente y se come los piojos en público. No, a un escritor raro no le hace falta comportarse de tal o cual modo, excéntrica es su literatura, no su persona. Por otra parte, tampoco pretendo hacer encajar a Manel Zabala en determinada corriente literaria ni rastrear (como adoran los críticos) coincidencias estilísticas o la influencia de Gógol o Gombrowicz en su obra. No. Si algo caracteriza a un excéntrico es precisamente su espíritu gregario y una entrega absoluta a su propia intuición artística, ajena a los caprichos del poder y la moda. Zabala adopta, según parece, una actitud radical contra las imposturas intelectuales y la industria literaria.
Zabala ha creado sus historias a partir de un lenguaje sin concesiones que no se amolda a las formas de moda para consentir al lector. Por eso me preguntaba ¿como le hizo? sus cuentos parecen, a primera vista un volver a lo básico, parten de los recursos de la literatura oral y popular, cuentan una historia (eso tan pasado de moda, según muchos escritores de nuestros días). Su estilo es directo, sin retórica (en esto es tan diferente al viejo Gógol ). Las suyas son fábulas, apólogos, bestiarios, sin embargo, en Zabala nada es lo que parece y de pronto tenemos que reinventa los cuentos tradicionales por medio de extrañas asociaciones y endemoniados contrastes, Zabala establece en sus historias, una tras otra y a un ritmo vertiginoso, inesperadas conexiones. Estas fluctuaciones de tono y punto de vista y la capacidad idiomática del autor para ir de un lado sin que decaiga el interés por lo que nos cuenta (mejor dicho, no sólo no decae sino que se acrecienta, pues una vez que empezamos a leer una historia ya no podemos dejarla) constituyen el fundamento de la creación artística de Manel Zabala (además de su correspondiente dosis de un poco de mala leche y de crueldad). Gracias al humor, eliminando todo signo patético o sentimental, la vulgaridad, la codicia y estupidez de todo acto se ponen de manifiesto. Dice Sergio Pitol acerca de la obra de Gógol , podemos afirmar lo mismo respecto a Zabala.
Todos los personajes de Paella mixta son excéntricos, Patufet, que discute los diálogos de Platón con una tenia dentro del vientre de un buey muerto por los cazadores del cuento de caperucita, el toro Garcilaso, que concede entrevistas en la tele y lee a Hemingway, el ya mencionado murciélago de vanguardia, el conejito notomista que una vez cocinado en una paella hace el amor con un camarón, la aspirante a escritora que, todo sea por la gloria, se inyecta papel molido para crear obra memorable a costa de su vida, el poeta que por la borrachera del jurado gana casualmente un importante premio literario y que hecha a perder su gloria por leer sus versos en pleno clásico Barça vs Madrid, y que es visitado por un diablejo tercermundista, en fin, todos esos personajes de los cuentos de Zabala que fueron escritos para que nos partamos de risa y que son, además, una obra maestra, me recuerdan a personajes tan queridos como el de Gadda (El zafarrancho aquel de Vía Merulana) quien no se daba nunca por enterado y seguía durmiendo en un pie, filosofando a estómago vacío, haciendo como que fumaba su medio cigarrillo, normalmente apagado. o al viejo pillo chíchikov o al mismo Gógol convertido en personaje por Tomasso Landolfi, que en su cuento, La mujer de Gógol, asegura que Gógol se casó con una muñeca inflable que se llamaba Caracas.
Los grandes escritores, escribió Nabokov, “son seres extraños, pero el genio es extraño siempre. La gran literatura bordea lo irracional”. Para Nabokov está claro: sólo el saludable escritor de segunda fila le parece al lector agradecido como un viejo amigo sabio, que va exponiendo agradablemente las ideas que el propio lector tiene sobre la vida. El excéntrico bordea siempre lo irracional. La obra de Manel Zabala es rara y es de gran calidad, poco a poco va encontrando lectores de paladar fino que saben apreciarla y que celebran el respiro que le da a las letras actuales.

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