En la actualidad ¿quién le teme a quién?
En 13 mayo, 2018 | 0 Comentarios

Garrotazos en las sentaderas, jalones de gallitos, borradorazos, acoso y abuso sexual, maltrato psicológico, son algunas de las técnicas pedagógicas que en la actualidad prevalecen. Como muestra contamos con el caso de la alumna de primaria que sufrió semejante tunda de setenta garrotazos que su profesora le propinó.

Aprovecho para ventilar las técnicas puestas en práctica con mi persona. Cuando apenas tenía diez años de edad, mi amable maestra Estelita (que en paz descanse) no se tentó el corazón para darme algunos reglazos en mis manos por ser lenta para tomar el dictado, y no crea usted que estamos hablando de muchos decenios atrás, sino de los no tan lejanos ochenta.

Mis ejemplos vienen a razón de recordar la imagen del docente al que se le temía por ser una figura de autoridad, que los mismos padres legitimaban al delegar el ejercicio disciplinario íntimamente vinculado con la educación y formación de los niños. Esta práctica tenía mayor presencia en padres de familia de condición humilde que no habían tenido oportunidad, en muchos de los casos, ni siquiera de aprender a leer. Y como en tierra de ciegos el tuerto es el rey, esa era la condición de la que muchos profesores se aprovechaban para ejercer el poder en los más vulnerables, los niños. Finalmente, decían los padres de familia de antaño, «el maestro sabe lo que hace».

Con el tiempo, los casos en los que el padre de familia defiende a su hijo e insiste en el respeto de sus derechos humanos dentro de las instituciones educativas van en aumento, pero aún falta mucho para que los niños sean abusados por parte de sus profesores.

Últimamente, a razón de la promoción de los libros de texto de Arlequín, me ha tocado visitar algunas secundarias, nivel en el que también se dan casos de abuso —por supuesto—. Ha llamado mi atención una justificación frecuente y un tanto absurda. Los profesores pocas veces se asumen como tales al momento de defender su punto de vista orientado y formado por sus estudios normalistas, sus prácticas pedagógicas y su vocación.

Una vez que en la academia han revisado los materiales propuestos por las editoriales, en el caso de la asignatura «orientación y tutoría» (asignatura reciente en la que el Estado no provee de materiales) el segundo paso es poner a consideración de los padres de familia el precio del libro que la academia eligió y preguntarles si quieren comprarlo. Por supuesto que la respuesta ya la conocen, (la carga cultural en contra de todo lo que sea o se parezca a un libro ciega y nubla la mente de muchos mexicanos).

La elección que los integrantes de la academia se basa en los siguientes lineamientos o ejes (según el argot normalista):

  • El material debe apegarse a los lineamientos de la SEP [en pocas ocasiones se apegan, algunos en lugar de prevenir que el alumno sea víctima de situaciones de riesgo, lo sugiere].
  • Coincidencia entre el material y la imperante formación, de los docentes que prefieren las estrategias de aprendizaje visuales [el libro a elegir tendrá que tener muchos colorines, muchas explicaciones bobas de la estructura del libro, portadas con niños extranjeros y poco texto].
  • Como en todas las escuelas de cualquier colonia de Guadalajara o poblado del estado de Jalisco, los alumnos son pobres —según ellos, más que cualquier comunidad de la sierra o los damnificados por las recientes lluvias al sur del país—[el descuento que exigen a las editoriales debe ser atractivo, pero no se aplicara a los alumnos].
  • Las editoriales locales son caseras y pequeñas [son más confiables las trasnacionales, que no tienen ni idea de la realidad de los estudiantes nacionales, que regalan material —sin ton ni son—, que aplastan a la industria editorial local].

Los docentes refuerzan esta manera de proceder diciendo que finalmente es el padre de familia quien tiene que hacer el gasto y por eso, hay que preguntarle. Lo que me sorprende es la poca importancia que tiene para los mismos profesores haber invertido tiempo y, esfuerzo en evaluar materiales para que el padre de familia —a bote pronto— diga, no. Hasta este momento no conozco un caso —en lo que va del año escolar—, en el que un padre de familia se haya resistido a comprar el uniforme, porque si nos atenemos a esa lógica con que se decide adquirir o no un libro, el uniforme no sirve para nada, no los volverá mejores personas ni mejores alumnos, mucho menos contribuirá en reforzar las habilidades del pensamiento del alumno. ¿Entonces?

Ya en otras ocasiones he hablado del estigma, maldición, mala leche o como usted quiera llamar a la etiqueta que carga la materia de orientación y tutoría en las secundarias.

Conforme pasa el tiempo el desconocimiento y la desinformación se han replicado entre los tutores, argumentando que se trata de la materia de relleno, que no se califica, que no sirve, que es una hora por semana y no es necesario sistematizar los trabajos y, por ende, seguir un método, que los padres refunfuñan cada vez que les piden un libro extra (aunque sus hijos estudien en una escuela de gobierno), que es mejor hacer un diagnóstico al grupo y después atenerse a los resultados de éste, que los tutores no desean preparar una clase más, que lo mejor es llevar la materia por la libre y hacer preguntas y respuestas todo el año, que los autores hacemos libros de tutoría desde el escritorio, que los maestros saben las necesidades reales del grupo, en fin…

En lo personal, yo le temo a los padres de familia por creer que el valor y beneficio de un libro esta en el precio que tienen que pagar por el, y a los docentes por no asumir su papel de acuerdo a su formación y la labor para la cual se les paga, por ser amigos y no enemigos del rumor, por su desinformación y desinterés en salir de ese estado, por su malinchismo editorial, por ignorar las necesidades que los alumnos reflejan en las pruebas Enlace y otras pruebas a nivel nacional, por creer que la tutoría es una materia que no sirve cuando es tan importante como las matemáticas y el español, por no ser asertivos, pero más les temo a su resistencia al cambio.

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