La revista Libros de México se ha vuelto imprescindible para quienes nos dedicamos a estos menesteres y en general para las personas interesadas en los libros. El más reciente número está dedicado a la edición independiente y escriben Marcelo Uribe, Eduardo Rabasa, Porfirio Romo, Marcial Ferández, José Luis Escalera, entre otros. Yo participo con la reseña de La edición independiente como herramienta protagónica de la bibliodiversidad de Gilles Colleu, que transcribo a continuación.
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Asumir la independencia
Aunque cada país o región del mundo tiene peculiaridades. hay elementos comunes a la edición independiente internacional. El libro que se reseña en seguida, obra de un editor y formador de editores del sur de Francia, estudia este fenómeno global en busca de su esencia, encarnada en gran medida en el autor de esta recensión. Ambos colegas comprueban que compromiso e inteligencia son requisitos de la edición independiente.
En la feria de los adjetivos a algunos editores les resulta tedioso, si no es que embarazoso y hasta molesto, explicar por qué se les llama independientes; otros lo asumen con especial alegría y candidez, y no sólo independientes, sino indies pueden llamarse; pocos son los que aceptan con cierta tranquilidad el mote y pueden con parsimonia explicarlo, debatirlo, darlo a conocer y convertirse en activistas. En La edición independiente como herramienta protagónica de la bibliodiversidad, Gilles Colleu explica el contexto actual del mundo editorial, nos dice qué es y qué no es un editor independiente, expone casos latinoamericanos y africanos, cita ejemplos de la situación francesa y finalmente nos da a conocer un nuevo adjetivo que delimita este tipo de empresa.
Lo primero que plantea son los efectos de la globalización, cuyos principales fenómenos son la concentración (la compra de pequeñas y medianas editoriales por un grupo empresarial transnacional) y la lógica de la ganancia a ultranza, los cuales llevan a cambiar los modos de operación convencionales y los objetivos más nobles del oficio, de modo que “el modelo de gestión está primordialmente orientado hacia la rentabilidad del capital invertido, antes que a cualquier otra consideración cultural o social”. Esta forma de operación impone maneras de consumo conocidas en los supermercados, pero ahora puestas en práctica en las grandes librerías: una incesante rotación de productos dispuestos para que generen una compra por impulso, que transforma al “ciudadano-lector en consumidor”.
Más adelante Colleu hace una clasificación de cinco modelos de empresas que muestran “los lazos de dependencia tanto editorial como en relación con los estados financieros”: la empresa “familiar” (familia o amigos); la empresa que incluye asociados con cierto peso en la toma de decisiones; el pequeño o mediado grupo familiar, con “filiales y partes más o menos grandes en algunas empresas pequeñas o medianas”; la “familia” que tiene un relativo control de las utilidades (por la introducción de otros capitales de inversión); y “el de una dirección que no posee el capital, al estar distribuido en una cantidad importante de accionistas”. Los dos últimos modelos transforman la cultura en inversión financiera, “se atribuye a los bienes y servicios culturales el papel de inversiones con la obligación de ser rentables a un tiempo y según una tasa determinada”.
Los efectos de la concentración de los grandes grupos, puntualiza el autor, son la superproducción editorial (en España, por ejemplo, se publicaron más de 86 mil nuevos títulos en 2008), el poder de control sobre la producción (que los hace proclives a la censura), la rotación incesante de novedades (que elimina el catálogo de fondo de las librerías), el control de la difusión (son dueños de periódicos y revistas donde se reseñan preferentemente los libros del grupo), el control de la distribución (que provoca la desaparición de distribuidores) y la dominación cultural (se pierde diversidad en la oferta de libros). En este punto, el editor francés señala como ejemplo la capacidad de coacción de los grupos para conocer antes que otros editores los pormenores de las licitaciones gubernamentales y, por consecuencia, la captación de un porcentaje amplio de las ventas a los gobiernos, quizá a sobreprecio (o en partida doble, a través de sellos editoriales del mismo grupo), en detrimento de la producción local.
Sin ánimo de enunciar recetas universales, Colleu propone una serie de “medidas urgentes” a favor del libro —un tanto obvias, aclara, pero que aún no se llevan a la práctica—. Primero, una política clara y efectiva de promoción de la lectura en todos los niveles y en todas las lenguas existentes en el país; la inclusión en las universidades de materias de formación en los oficios del libro (editores, libreros, bibliotecarios); la aprobación de medidas financieras y fiscales a favor de los pequeños editores y librerías; y, por último, un marco jurídico que estimule el desarrollo y norme correctamente las relaciones entre los actores del sistema. Señala como “primordial que los Estados apoyen el sector de libros de texto ayudando a los editores nacionales a producirlos y permitiéndoles acceder a los mercados públicos”.
En contraste con la uniformidad de los contenidos producidos por los grandes grupos, Gilles Colleu pondera el trabajo de los editores independientes porque “son los garantes de la pluralidad de las ideas frente a la mercantilización creciente de la cultura”, y enseguida se pregunta si ser independiente es una cuestión de elección. El director de Vents d’ailleurs explica que un editor en un organigrama empresarial no sólo está por debajo de los dirigentes (presidente, director general, etcétera), sino de los responsables de las direcciones financieras, comerciales, de recursos humanos y de mercadotecnia; además, las funciones editoriales en las parcelas de los consorcios se hacen afuera, con la consecuente pérdida del control y de la calidad. El independiente, en contraste, puede tomar las decisiones y mantener los hilos del complejo mecanismo editorial en sus manos, con la idea de mantenerse y apostar al futuro sin estar sujeto al rendimiento económico inmediato.
Pero ¿cuáles son las características que definen a un editor independiente? Primero, la posesión de capital propio mayoritario; segundo, autonomía y capacidad de decisión absolutas; tercero, “tiene la obligación de ser virtuoso: no se alía con otros, se asocia; comparte, pero no es comprado, no es absorbido, no entra en el capital del otro en un porcentaje que permita el menor control”. Colleu aclara que más allá del tamaño e independencia de la empresa (ser pequeño o independiente no son sinónimos de virtuoso y competente), hay una dimensión cualitativa y ética planteada por la Alianza de Editores Independientes (AEI) para definir a estos profesionales del libro: editores independientes de creación. “Un editor independiente de creación es militante activo. Su producción es reivindicativa: los criterios de calidad priman sobre los de rentabilidad. Puede exigirse de este editor que sea su política editorial la que condicione su política comercial y oriente sus decisiones económicas, y no a la inversa”.
En seguida, explica las razones por las cuales se es independiente: por necesidad (aficionados que profesionalizan su labor, hacen crecer su empresa y se convierten en verdaderos editores); por defecto (se formaron en grandes empresas y emprenden por su cuenta); y por elección (“reivindican su independencia” y creen que el activismo es necesario para “la pluralidad de las ideas”).
Para mantenerse como editor independiente de creación, según Colleu, se debe abonar y cuidar la coherencia de su catálogo y utilizar todos lo medios disponibles para vender su producción. Con un trabajo profesional y efectivo, los autores comprenden que es “infinitamente preferible ser un autor importante” en una editorial pequeña, “que uno relativamente anónimo en una editorial grande”. El editor independiente de creación debe escoger un modelo de crecimiento acorde con sus expectativas, experiencia, intuición, etcétera, que le permita equilibrar con cuidado los éxitos y fracasos; imponerse políticas de crecimiento que no arriesguen el catálogo ni el capital; y mantener un stock con los títulos de fondo.
El libro cierra con el apartado “Reunirse para resistir”, donde da cuenta de los esfuerzos regionales, nacionales e internacionales de integración. Por ejemplo, a contracorriente del centralismo francés, los editores de Provenza se asociaron para desarrollar “un proyecto de cooperación, de reparto de medios y competencias, de los profesionales independientes y los profesionales de la edición cultural o de oficios ligados a la edición”, lo que representa para la región una “alternativa económica, concreta y duradera, generadora de empleos calificados, polo de competencia y formación”. De igual modo, señala los casos de Editores de Chile, la Liga Brasileira de Editoras, The Independent Group (India), Independent Alliance (Reino Unido) y The Independent Group (Estados Unidos). Mención especial merece la Alianza de Editoriales Independientes (AEI), fundada en 2002, que confedera a 75 editoriales de 45 países (entre las cuales hay colectivos, que elevan la suma a 465).
El texto de Colleu concluye con la aseveración de que la existencia de los editores independientes de creación es “la prueba de que una gestión fundada en un ciclo de producción largo no sólo es posible, sino que sobre todo es una garantía de solidez financiera y de la exigencia de una catálogo de calidad”.
El libro incluye al final dos anexos, el “Panorama de la edición independiente en Latinoamérica”, del argentino Guido Indij, director de La Marca Editora, y la “Declaración internacional de los editores independientes, por la protección y la promoción de la bibliodiversidad”, signada en 2007 por los miembros de AEI.
Porque explica pormenorizadamente las particularidades y problemáticas mundiales de la edición, este libro es una guía para no iniciados; por plantear la singularidad de la edición independiente, será motivo de debate y reflexión para todos los actores de la cadena del libro; pero sobre todo es una especie de decálogo para los editores independientes de creación que así se asuman.
Felipe Ponce
Director de Ediciones Arlequín y miembro fundador de la AEMI
La edición independiente como herramienta protagónica de la bibliodiversidad
Gilles Colleu
Traducción de Víctor Goldstein, Buenos Aires, La Marca Editora, 2008, 220 pp.,
ISBN 978-950-889-180-8
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