Teología de las pequeñas cosas fue escrito durante la pandemia. Es un pasaje a un viaje distinto que nos ayuda a paliar las dolencias que trajo la inesperada situación. Una de tantas preguntas que se acomoda en el regazo de la circunstancia: ¿Hacia dónde viajar cuando una encerrona nos obliga a estar en casa? La puerta se abre hacia dentro, al infinito de otro tipo de miradas, de visión, a otra elaboración de la esperanza.
La poesía de Guadalupe Morfín actúa como una respuesta, un catalizador dúctil para dar salida a esas pequeñas cosas que se amalgaman con las actividades, como el quehacer de la casa, que encuentran en el cuerpo de siempre un compañero, limitado a veces, pero también capaz de soñar, de trepar, de seguir cargando cosas, de mover rescoldos, de reinventar… porque las rutinas pueden ser bienhechoras, pues nos dan raíz, traen bienaventuranzas. La compañía de los queridos cercanos es percibida como una bendición especial: tener con quién jugar, invita a reinventarse como las niñas y niños que fuimos.
Por otra parte, desde el dolor de quienes han perdido y buscan a sus seres queridos desaparecidos, hace eco de sus exigencias y sus responsos.
Por ello, el libro —escrito en esta época de dolor inmenso— tiene un sentido de realismo y, a la vez, de gratitud al dador de la luz.
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