Seleccioné un fragmento de La edición independiente como herramienta protagónica de la bibliodiversidad (págs. 108-110) del editor francés Guilles Colleu, que me parece significativo para definir los parámetros de nuestro oficio en estos tiempos tan propicios para la confusión:
¿Una cuestión de ética y de calidad?
El editor independiente de creación es militante, activo. Su producción es reivindicativa: los criterios de calidad priman sobre los de la rentabilidad. Puede exigirse de este editor que sea su política editorial la que condicione su política comercial y oriente sus decisiones económicas, y no a la inversa.
Más de la mitad de la actividad editorial debe ser sustentada por la venta de libros en un circuito de comercialización al por menor, en los países donde exista tal infraestructura. Los editores que llevan adelante la mayor parte de su producción en asociación con organizaciones institucionales, empresas, asociaciones culturales o no, no pueden tener la pretensión de ser independientes. Este tipo de proceder desemboca en una dependencia de producción: uno posee su propio capital, pero sólo edita libros prefinanciados. En cierto modo, esto tiene más que ver con la prestación de servicios que con la edición —por lo tanto, los packagers no pueden ser considerados como editores independientes—. La mayoría de las obras del catálogo debe haber sido publicada no por oportunismo económico, sino en coherencia con la política editorial. Por supuesto, habrán de distinguirse las obras prefinanciadas de aquellas subvencionadas por los organismos públicos. En el primer caso, el editor publica por interés financiero; en el segundo, las obras son sometidas a comisiones de evaluación que trabajan sobre la base de criterios de contenidos o de utilidad pública. Los modelos de gestión deben conducir a la búsqueda del equilibrio financiero y no sólo a la maximización de los beneficios.
El editor independiente de creación debería ser virtuoso: buscar alianzas sin aplastar a los otros, no trata de robar los autores de otros editores, respetar los derechos de autor y de traducción, no convertir a los pasantes en mano de obra explotada, convertir a sus asalariados y no remunerarlos con derechos de autor, respetar la ley de precio único cuando ésta existe.
¿Grados de independencia?
Por último, un editor ¿puede negociar sobre el grado de su independencia? Me parece imposible tanto consentir en ello en lo que respecta a la dependencia de los grupos financieros, como también padecer cualquier arreglo con relación a la ética del editor. La dificultad mayor, fuera de las especificidades ligadas con los diferentes contextos políticos y culturales, es por supuesto encontrar modos de evaluación que permitan estimar ese grado de independencia. La simple declaración de intenciones no alcanza; la definición del editor independiente de creación, propuesta al final de esta parte, constituye una primera proposición para debatir.
Colleu, Guilles, La edición independiente como herramienta protagónica de la bibliodiversidad, 1ª ed., Buenos Aires, La Marca Editora, 2008, 220 pp. (trad. de Víctor Goldstein), ISBN 978-950-889-180-8.
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