Texto publicado en Metapolítica, num. 56, noviembre-diciembre de 2007.

Por Alfredo Leal

[Manel Zabala, Paella mixta: antología de cuentos, México, Ediciones Arlequín, 2004, 141 pp.]

En Eternal sunshine of the spotless mind, de Michel Gondry, hay una escena, casi al final, en la que Clementine (Kate Winslet) se acerca a la escalera donde Joel (Jim Carrey) permanece sentado, solo, comiendo pollo frito en un plato. Es la ocasión de su primer encuentro. Ella se sienta junto a él y sostienen un diálogo que, constituye una radiografía precisa, certera (podría decirse, brutal) de los inicios en las relaciones humanas: aunque tal vez no sea tan escandaloso el hecho de que, durante ese primer encuentro, cada palabra que se dice carece de valor, lo es, en cambio, la certeza de que todas esas palabras no tendrán sentido sino hasta que haya sido demostrada su ulterior consecuencia; es decir, lo que importa es lo que viene después, comprobando que esas palabras escondían ya una verdad que, en el caso particular de Eternal sunshine…, es todo lo que hemos visto desaparecer ya.
Aunado a esto hay un detalle al principio de la escena en el que vale la pena detenerse: Clementine comienza la plática con Joel diciendo algo como “te vi ahí, sentado, solo, y pensé: ‘gracias a Dios: alguien normal que tampoco entiende esto del trato humano, esto de los días de campo en la playa…’”. Joel sonríe, le da la razón y entonces pueden sentarse juntos en la escalera frente al mar en Montauk. He escrito en cursivas la palabra normal porque creo que ahí está lo hermoso de esta escena: para Clementine —y también para Joel, aunque seguramente no con tanta certeza— ellos dos no son gente anormal, son los otros los que nada saben, los que no comprenden el común funcionamiento del mundo. La idea de “lo-normal”, más allá de aparecer desde lo estrictamente subjetivo, se nos presenta como lo contrario a lo que comúnmente entendemos por normal, provocando así que esta escena —como se dijo arriba, radiografía de los inicios en las relaciones humanas— comience con una promesa de dimensiones inimaginables: lo-normal será siempre otra cosa (lo cual, en cuanto a Eternal sunshine… y al menos para nosotros, espectadores, se ha mostrado falso).
He referido esta escena porque me parece indispensable para entender por qué adentrarse en el mundo literario de Manel Zabala es entrar en contacto con una gran promesa similar a la que se hacen Clementine y Joel al conocerse. Esta promesa, en Zabala, aparece ante nosotros, como en la escena anteriormente descrita, acompañada de una tergiversación de lo-normal: el autor nos pide que, a través de su obra, veamos lo-normal como otra cosa totalmente diferente a lo que comúnmente pensamos de ello.
De algo estoy seguro: en este libro no hay inocencia, ni siquiera resquicios de ella. Si bien algunos lectores podrían creerlo ingenuo, experimental, inocente, en fin (sobre todo porque su prosa no luce como un producto labrado meticulosamente —como esos espacios literarios donde es casi seguro que cada palabra cumple con una función específica, que nada es gratuito—), los textos de Zabala demuestran por sí mismos que no son producto de una inspiración momentánea, de un instante de concepción artística y literaria sino que están pensados, premeditados, medidos.
Quiero comenzar diciendo que no concuerdo con quienes comparan los textos de Zabala con los “cuentos tradicionales”. La razón es muy simple: estos, a diferencia de aquéllos, ocurren siempre en el mismo nivel estilístico. No es rasgo en Zabala mantenerse en un mismo estilo —ni narrativo ni plástico— y explotar todas sus posibilidades; más bien gusta mucho de mezclar tonos y matices; diríase que todos los cuentos que componen Paella mixta —a excepción de “Gramática Intravenosa”, que oscila entre el ensayo, la reseña periodística y el texto autobiográfico— parten de lo inocente, casi de lo infantil, para llegar a lo violento, pasando por distintos estadios estéticos en los que los personajes se encuentran a sí mismos. Hay una oscilación estilística que aleja mucho los relatos del autor de los así llamados “cuentos tradicionales”. Y, aunque este método que consiste en ir de lo inocente a lo violento no es en absoluto nuevo y tampoco está del todo logrado en Zabala (baste recordar, en comparación, pasajes de la obra de Marosa di Giorgio, como por ejemplo el fragmento 18 de Mangolia, los poemas 22, 23 y 25, por mencionar sólo los más significativos, de Está en llamas el jardín natal, o bien la propia Reina Amelia, para hablar en términos narrativos), Zabala no pretende pasar de lo inocenteinfantilesco a lo bestial-violento en un mismo espacio estilístico, sino abrir ante el lector una gama de posibilidades estilísticas como invitándolo a escoger la que mejor le acomode. Si bien, pues, podría criticarse el hecho de que Zabala no mantiene un mismo estilo en un relato de escasas 15 páginas, es menester resaltar que —quizá precisamente debido a este licuado de estilos— sí logra, en cambio, un efecto poco común en textos narrativos de corta extensión: el conflicto del protagonista parece contagiarse entre los demás personajes, e incluso a través del espacio narrativo. Este “conflicto extendido” es muy similar al que aparece en nuestro ejemplo inicial (Eternal sunshine…): es como si los personajes fueran versiones, avatares de los protagonistas, donde el conflicto se refleja en casi todas sus vertientes, mostrando las distintas posibilidades del mismo. En Eternal sunshine… esta extensión del conflicto es más que evidente, por ejemplo, en la dinámica de la pareja conformada por Carrie (Jane Adams) y Frank (Thomas Jay Ryan) en cuanto a que ellos muestran la misma incomunicación que hay entre Clementine y Joel sólo que extrapolada hasta lo insufrible; o bien en el caso de la relación entre Patrick (Elijah Wood) y la propia Clementine, pareja transgénica de la pareja protagonista que tiende a moverse más bien hacia lo patético. Esto del “conflicto extendido”, en Zabala, aparece como una cadena heterogénea de acontecimientos que surgen de un solo conflicto y tienen distintas consecuencias —plásticas y psicológicas— en el entorno. Los mejores ejemplos de ello son los relatos “Lo Ratpenat”, “Gas Natural” y “En la consulta del doctor de la Vega, médico psiquiatra”, en este último partiendo del conflicto existencial de Patufet, el cual afirma: “me preocupa que el mundo que yo conocía ya no existe. O me lo cambiaron”. El doctor de la Vega, la tenia del buey, incluso los cazadores que van en busca del lobo que se comió a Caperucita, todos comparten esa no-espacialidad que circunda a Patufet, que lo aleja cada vez más de la realidad en que vive; por supuesto, cada uno a su forma, cada uno desde su propia incongruencia plástica, lingüística (recordemos, por ejemplo, la discusión que se entabla con el tendero por el asunto de los “ochavos” y las versiones de los “cuentos tradicionales”) y psicológica. Una vez que el conflicto se ha extendido, todos menos Patufet —quien finalmente se-encuentra al ver a su hijo recién nacido— se quedan en esa no-espacialidad, como dejando en Final (es decir, el del Conflicto) completamente abierto.
Empero, esto no ocurre en la narración, o al menos no mayoritariamente. Zabala tiende a eludir los pasajes narrativos “complicados” —debido, quizá, a lo intangible, física y emocionalmente, en que encierra a sus personajes desde el principio de los relatos— por medio del diálogo, el cual aparece por lo común a la manera de la farsa. “Fiesta” es el mayor ejemplo de ello: llega un momento en que es plásticamente imposible ver a Garcilaso, el toro, bajándose de su convertible para charlar con otros toros que pastan a la vera del camino. Para no meterse en problemas Zabala lo deja todo en el diálogo, dando como resultado una caricatura de la intención primera del cuento, que era, en este caso, retratar la bestialidad del hombre supuestamente civilizado. Recordemos también la escena en la que Fonelleres y Maria Mercè van rumbo a las oficinas del Editor Mayor en “Jordi Valls, Poeta”. En ésta se leen frases como: “mira este montón de poemarios sin leer. No hicimos nada. Ayer nos reunimos todos recordando viejos tiempos en el bar…”, o “me gusta el contenido y sobre todo el título; yo creo que hay que premiarlo”. Si bien lo anterior establece que el cuento no será para nada realista (aunque la crítica que hace al sistema editorial pretenda serlo) este diálogo explicativo más bien pone en duda la coherencia interna del texto, obligando al lector a preguntarse porqué entonces el autor perdió tanto tiempo en la descripción plástica al comienzo, donde se da hasta el mínimo detalle (diciendo incluso: “cincuenta y nueve botellas vacías…”) de la pieza donde amanecen Fonelleres y los otros jurados. Contrastan el tratamiento fársico en los diálogos de los personajes y la exposición plástica realista que se hace de éstos y su entorno. Tal vez sea posible argumentar que Zabala pretende contraponer, en el caso de “Jordi Valls, Poeta”, por ejemplo, la idea de los jurados de concursos con la imagen de los mismos, pero entonces uno se preguta por qué no trabajar el cuento en términos realistas, como se hace desde el principio.
A este respecto cabe citar unas palabras de Erich Auerbach (Mimesis, p. 380) en su crítica a Voltaire, cuando habla de la “técnica del reflector”, la cual “consiste en iluminar potencialmente una pequeña parte de un conjunto muy amplio, dejando empero en la oscuridad todo lo restante, que podría explicar y ordenar aquella parte, y que acaso serviría también de contrapeso a lo que hace resaltar”. Sin duda que Zabala conoce la “técnica del reflector”; no pretende contraponer sino complementar una cosa con la otra, idea e imagen, a través del corto espacio del cuento, y resaltar una sola idea; es decir que todos los elementos funcionan en un solo sentido, a veces bien, otras veces no tanto. Esto ocurre cuando expone su idea de Mundo Literario, de Libro y Autor como fenómenos de consumo, idea sobre la que pone recurrentemente los reflectores. El siguiente es un diálogo entre Jordi Valls y el Editor Mayor de Monopolio Ediciones, en el cuarto apartado del cuento “Jordi Valls, Poeta”:

—A mí la literatura me interesa poco, yo vendo libros. A mí me da lo mismo que un libro sea bueno o no. Quizá usted lo encuentre triste, señor Valls, pero yo gano más con un libro de recetas de la Carrá que con toda la obra de Palau i Fabre, que… bueno, ¡qué quiere que le diga! Mis asesores dicen que es buenísimo pero la verdad no lo conoce ni Dios.
—Pero los lectores…
—¡Desengáñese, los lectores son cuatro! ¡La gente compra libros para tenerlos a la vista, no para leerlos! Los libros van bien para adornar charlas, para llenar libreros que puedan impresionar a los conocidos.
—¿No hay lectores?
—Menos de los que parece. Tan sólo leen cuatro despistados. Lo que sí hay son compradores de libros, gracias a Dios, y créame que, por lo general, son gente que no tiene ni idea. Para algo hacemos los premios, para guiar al colectivo apático sin opinión.

Si bien el diálogo anterior, como se dijo arriba, es más bien fársico, no lo es en absoluto el conflicto (“extendido” también, por cierto, entre todos los personajes del cuento, dejando al propio Fonelleres, antes crítico, en un oscuro sótano sacando punta a los lápices de la editorial); el Conflicto en Zabala tiende más bien hacia lo trágico, aunque no considerado como lo estrictamente sublime sino como precisamente lo-normal.
En el caso de Jordi Valls, quien ha perdido literalmente todo al ganar el premio Sants Just i Pastor, lo trágico es normal por el simple hecho de que él es poeta, tal como lo-normal para el conejito Sabañón sea terminar en una paella mixta, situación trágica para él, que tiene conciencia de sí. Este juego de espejos entre lo-normal/ trágico y la tragedia normal en Zabala sin duda es digno de análisis más detallados.
Me refiero a Zabala y no al narrador de “Jordi Valls, Poeta” o “Una bella historia…” porque al leer los 7 cuentos que componen Paella mixta nos damos cuenta que el autor ha decidido permanecer en cada uno de ellos, de una u otra forma. No es coincidencia que “Gas Natural” comience con las palabras MANEL ZABALA, tampoco que se diga del crítico Seabre que “le gustaba Zabala”, que el epígrafe de “Una bella historia…” sea del propio Manel, ni mucho menos que la voz narrativa, en primera persona, de “Gramática Intravenosa” se deshaga en comentarios rencorosos sobre la poesía y los poetas, del tipo de: “si revisamos los altares veremos que muchos profetas resultaron ser charlatanes, y sus criptogramas falsos; que los trazos acabaron siendo dibujos, no signos”. Zabala está detrás de todos sus personajes, como bien refiere Julià Guillamon, encargada de la nota introductoria a Paella mixta cuando dice que éstos son “contraimágenes del propio autor”. Yo no diría sólo contraimágenes sino, como sucede con el Conflicto, extensiones de Zabala. Se puede decir que los conflictos en sus cuentos vienen desde él mismo, son una extensión de la Realidad, que ha contagiado, el fin, la página escrita.
Imperan dos ideas en la prosa de Zabala: desorden y heterogeneidad estilística, rayana con el humor, la ironía, lo bufo; y una severa crítica al sistema editorial-literario, al consumo de arte como una forma de disfrazar lo incivilizado del hombre, bestia al fin, violento e incoherente sobre todo. Diríase que la crítica al Mundo Literario alejaría a Zabala de cualquier posibilidad de éxito. No creo que sea así, al contrario: me parece normal que pronto encontremos los libros de Zabala en sendas ediciones de pasta dura, apiladas a la entrada de Gandhi en la mesa de novedades. Sé, también, que él eligió ese destino y, por lo tanto, estará conforme con lo que venga para su imagen como autor pero sobre todo, lo que realmente importa, para su Obra. Suceda lo que suceda ahora está disponible como uno de esos autores que hacen ruido ahí donde se gestan las revoluciones, en el subsuelo.

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