Texto de presentación del libro «Una poética del mal» (David Coronado)

El libro Una Poética del Mal, escrito por Rafael Medina, aborda una de las esferas más socorridas en la sociedad contemporánea, que une al orden social y al instinto con el único afán de darle a la sociedad uno de sus principales sustentos; por lo que coloniza la subjetividad, los gustos y las tendencias sociales con imágenes violentas que se apoderan y dirigen las emociones y sentimientos de los individuos.

En esta medida, la otrora apropiación simbólica de la cultura (Bourdieu, 1991: 246), ha sido desbordada por las experiencias íntimas con las que hacemos y participamos de la cultura (Lipovetsky y Maffesoli).

La forma en que Rafael Medina otea y abreva en el horizonte urbano pleno de violencia, incluye estos elementos generales y los particulariza en ciertos adminículos como el nihilismo contemporáneo, provocado por la violencia en la postmodernidad, que lo llevan a dar cuenta, en boca de uno de sus personajes, que «

con cosas así, Dios no puede existir»; pasando por la familia unida, entre cuernos de chivo, granadas y machetes… donde existe la «culta de la familia» —al más puro estilo de Lisa Simpson—, y es que leyó 3 libros, varios TVyNovelas y las Vanidades que se robó de las estéticas, lo que la ha hecho la muchacha culta de la familia; o también nos hace pasear en la abrupta serranía de una violencia capaz de romper con la certidumbre legal que es incapaz, a su vez, de luchar o, vamos, ponerle frenos a los procesos de desinstitucionalización. Todo esto Rafael nos lo va desplegando gracias a la utilización de la violencia como el motivo característico de la cultura contemporánea.

Pero no es una violencia cualquiera, sino que es una violencia que seduce, que apela a nuestros recuerdos, informaciones, vivencias y experiencias cotidianas, plenas de imágenes de agresión y actividades —cuando menos denotadas mediáticamente— que expresan una fascinación por la violencia, no como concepto en general, sino en el estricto sentido de las experiencias íntimas, plenas de imágenes, de estética, fascinación por la estética de la violencia y todo lo que este culto representa.

La fascinación descansa en la fuerza de las imágenes. Para Rafael la imagen es la fuerza del instante asociada a las emociones y sentimientos tradicionales que giran en torno a la pregunta «¿cuánto tiempo tiene una cabeza para pensar después de que es desprendida de su cuerpo?». Aunque la imagen sea individual, participa de un arquetipo social que favorece o prepondera la dimensión de la comunión que da la imagen de la gorda, madre de nuestros hijos, la gordita en cuyo eje gira la familia.

Es imposible comparar los alcances que puede ejercer la fascinación de la imagen respecto a los de la razón. Una imagen es capaz de proporcionar un puente entre los afectos y el sentimiento, entre la emoción y los valores tradicionales en los que se funda la familia mononuclear, y, no obstante, ser narcotraficante con todo y defectos; puede decir que «nunca creí que todo fuera varo, troca y choza».

Y este es el gran secreto de las imágenes. Porque al mismo tiempo que proyectan bienestar y placer —o a la inversa, terror y miedo—, seducen gracias a que evitan definiciones y abstracciones. Con la imagen puede alcanzarse un poder de sugestión que no se podría obtener con un discurso extenso, se podría decir que la imagen seduce gracias a que los sujetos nos remojamos el cuerpo en el olor de la manada, por ejemplo cuando compartimos de manera unánime que Omosexual se escribe sin hache, cuando gracias a esta convención comulgamos en la eucaristía administrada por el mandamás… Este compartir de la vida es lo universal, es un verdadero politeísmo que rebasa la relación entre lo bueno, lo bello y lo justo, para caer en los terrenos de la emocionalización de los instintos… de la estetización de la ética.

Seducción y fascinación van de la mano. Independientemente del significado del fascinum y de su peso falocrático, cuando la imagen del Estopas nos ha fascinado por su ductilidad para incorporarse a sus funciones y desempeñarlas de manera eficiente, nos cala más hondo porque logra presentar a la violencia como el vehículo capaz de eficientizar y estabilizar las relaciones sociales. Porque no hay que olvidar que «Hay una fila culerísima de güeyes como yo preparando el fierro», así como tampoco que gracias a la violencia el Estopas logra el respeto y el temor de los de su barrio.

Hay que aceptar que cada imagen que nos cala es como un sueño o un fantasma que flota y se agrupa en la ética de la estética individual, donde los sujetos tenemos la osadía de crear imágenes al infinito, ilusiones que corresponden, cada una, a un sueño por cumplir… es «esa extraña economía del tiempo en el mundo del inconsciente»; es la imagen del secuestro que rompe la burbuja de seguridad garantizada por la cotidianidad: finalmente tenemos que aceptar que me tocó a mí.

Si cuando la violencia nos roza la arrinconamos en el inconsciente, aunque experimentamos miedo y temor sin tener claro por qué, cuando la ejercemos nos fascina y seduce a través de su embellecimiento, depurándola de sus aspectos repugnantes y eliminando cualquier estímulo que pudiera disuadir o desarticular su utilización, quedando una imagen de la violencia como susceptible de imitación, especialmente cuando es perpetrada por un agresor atractivo que actúa por razones moralmente adecuadas y que es recompensado por sus actos violentos. Ésta es una consecuencia del libro Una poética del mal, porque muestra las acciones violentas que llevan aparejadas consecuencias visibles que resultan muy desagradables.

Pero volviendo a la noción de estética de la violencia, que es una noción seductora, relacionada con el principio del placer, con el juicio eudemónico, cuya finalidad es calificar la felicidad más que aclarar o mostrar la verdad o la falsedad de las cosas. La estética invita a dejar el camino de la lógica y del pensamiento riguroso en aras de la experiencia particular. Por lo que el sujeto contemporáneo es más estético que lógico o ético.

En este sentido, hablar de una estética de la violencia está plenamente justificado. De la misma manera que es hacerlo de una estética de la política, ideología o economía, pues implica excluir las consideraciones éticas instrumentales, religiosas y de cualquier otro tipo de la esfera del gusto… Está representada en los principios de l’art pour l’art. Ahora bien, hablar de la estetización de la política produce repulsión no meramente a causa de la impropiedad grotesca de aplicar exclusivamente criterios de belleza al accionar de los seres humanos, sino también a causa del modo escalofriante en que se excluyen deliberada y provocativamente de toda consideración los criterios no estéticos.

La reclusión de la estetización en el ámbito del propio gusto llega hasta la misma esfera de la muerte. En el cuento «La Beca», el protagonista está «Encantado y hasta con el cheque matador y contundente en la mano…». Dinero, poder y servilismo: moldeando el cuerpo según la estética de quien paga. En esto estriba la belleza de lo feo, es decir, cuando se relativizan los términos se puede encontrar la belleza en la muerte o en ocasionarla. Este sería el caso extremo de l’art pour l’art, Ésto es lo que hace Rafael Medina, encuentra la tendencia social que busca lo bello en el asesinato, en la reafirmación social que separa todos los criterios que pudieran valorar lo estético, excepto los suyos propios.

Aquí encontramos un reducto más a discutir, ¿cuándo se es o no amarillista? El amarillismo insensibiliza, los textos de Rafael sensibilizan, ¿por qué? Porque la estetización de la violencia significa el triunfo del espectáculo amarillista en la vida cotidiana.

La respuesta estriba en que desde la visión de los asesinos, delincuentes y violentadores en general, se identifican los motivos de las acciones, se comprenden los significados de sus acciones. Lo que significa la identificación de la estética de la violencia con la irracionalidad, la ilusión, la fantasía, el mito, la seducción sensual, la imposición de la voluntad y la indiferencia humana a las consideraciones éticas, religiosas o cognitivas, es una aberración contra la humanidad, es un crimen de lesa humanidad. Lo que iría mucho más allá de concebir a la estética de la violencia como el apego de la juventud a la adrenalina y a los juegos extremos.

Ésta es una de las consecuencias del significado de la emocionalización y sentimentalización de la sociedad contemporánea. Su acentuación borra del mundo cualquier cosa que implique esfuerzo o proyecto de vida. Desde el momento en que no hay norma ética más allá de la ética de la estética se debe vivir con intensidad lo que ofrece esta tierra… Y la estetización abarcaría, entonces, a la Beca o al Estopas, pero también la vida intensa de cualquier momento particular, preñado de adrenalina: el salvajismo de las drogas, del alcohol y de cualquier excitante psicotrópico, o simplemente correr por la carretera a 180 kilómetros por hora… en sentido contrario.

Un sociólogo podría situarse detrás de la máscara del imagólogo, disfrazado de hermeneuta, para comenzar a hablar de la seducción de la violencia. Aunque no es gratuito, porque la violencia está en el centro de la discusión en este momento mas no como proyecto, sino simplemente como la vida misma, lo que rebasa cualquier narración: es la confusión y el extravío de los medios y los fines.

Rafael Medina deja claro que la violencia se ha convertido en cosa y, entonces, se ha convertido en un fin en sí misma. La autonomía que ha adquirido la esfera de la violencia debería causarnos pavor. Es necesario revalorar el carácter netamente destructivo de la violencia, en un ambiente de desublimación fascinante y seductora que determina el accionar de los sujetos, especialmente el de los jóvenes. Ha pasado de medio hacia un fin en sí misma, para adquirir nuevamente connotaciones de medio, pero esta vez de medio privilegiado capaz de expresar la existencia de los sujetos; es decir, ha pasado de una violencia instrumental hacia una violencia destructiva, mediante la cual los sujetos han sido nadificados a cambio de expresar la existencia de quien la ejecuta, pero ahora bajo el mandato ético de la inapelabilidad de la esfera del gusto. La premisa central para este paso es que los individuos en la sociedad contemporánea encuentran en la violencia la forma privilegiada ad hoc para expresar, autotélicamente, su existencia.

Para finalizar solamente queda hablar de las instituciones, porque actualmente no hay certidumbre legal contra la desinstitucionalización, especialmente cuando un joven puede decir de su padre: «recibió una dura lección de vida». Ahora la tragedia de la existencia imposibilita cerrar la vida en las fuentes institucionalizadas. Además del drama y la tragedia, la estética de la violencia acepta otras lecturas, incluso las burlescas. Lo trágico y lo cómico se entrelazan en la vida. Aquí el único problema es que hablamos de millones de jóvenes que por generaciones han caminado por las sendas de las redes deshilvanadas de la vida depauperada…

Hablamos de millones y millones de sujetos que no alimentarán al ejército industrial de reserva, hablamos de sujetos que por generaciones han alimentado al ejército silencioso del lumpemproletariado… hablamos de sujetos que han nacido, crecido y que morirán en la postmiseria; que engendrarán a otros muchos más y que viven fuera de la normalidad. «Hay una fila culerísima de güeyes como yo preparando el fierro». Es otro mundo, otra existencia. Es lo que se denomina postmiseria.

La interpretación de la violencia desde la seducción y la fascinación hasta la postmiseria implica contemplar la existencia de los jóvenes que viven hasta el límite, lo que les provee de un escenario trágico personal, del individuo en el mundo, con el que cotidianamente deben cargar mezclando con su propia sobrevivencia matices que son de guerra. Paralelamente su existencia es desarraigada de todo tipo de consideración ética, instrumental, religiosa y de cualquier otra especie que no pertenezca a la de una estética de la violencia.

El acto de naturalización social e institucional de la violencia cuenta con la connivencia de los que testificamos su autonomía y discurso autotélico. Está encerrado en el silencio socio-institucional e instintivo del sujeto porque no es exterior a él, a su lenguaje y, recursivamente, está presente en el origen y regeneración de toda interacción e institución.

**Texto leído por el doctor David Coronado en la presentación del libro «Una poética del mal» de Rafael Medina en la Librería José Luis Martínez del Fondo de Cultura Económica el pasado 23 de mayo de 2014.

Texto de presentación del libro «Una poética del mal» (Luis Martín Ulloa)

Hace tiempo comencé a leer una novela de un escritor estadounidense contemporáneo, en la que a un adolescente ver las fotografías de un guapo joven mutilado le causaba tal impresión que comenzaba a escribir una serie de relatos sobre escenas explícitas (vividas «realmente» o inventadas) que mezclaban encuentros homosexuales desaforados, escatología y sadismo. Para mí no fue una lectura impuesta, sino elección libre, pero algunas escenas alcanzaban una intensidad tal que, de pronto, pasaba de una página a otra mientras me preguntaba: «¿por qué demonios tengo que estar leyendo esto? ¿Es manda o qué, quién me obliga a seguir?». Obvio, en ningún momento dejé el libro hasta que leí la última palabra. De eso hará alrededor de diez años. Pues bien, no había vuelto a sentir lo mismo hasta que comencé la más reciente obra de Rafael Medina.

Porque, lo digo de entrada, Una poética del mal es, en efecto, un libro incómodo y que incomoda, que nomás no se puede leer lo que se dice «a gusto». Pertenece a ese tipo de narrativa que se empeña en estar molestando continuamente a sus lectores, que le apuesta de manera reiterada a que lo deje por la paz, como un amante retador, seguro de lo que ofrece: «a ver, déjame; a ver, pues». Y, por supuesto, no se le deja.

La narrativa de Rafael Medina nunca ha sido complaciente. Al contrario, sus cuentos abrevan de anécdotas ríspidas, encuentran a fuerzas el lado oscuro y poco amable a la vida, prefieren las relaciones difíciles y complicadas entre la gente, y no pocas veces se regodean en detalles mórbidos. Hace también algunos años le pedí textos a Rafael para un libro que sería material de lectura estudiantil. Siempre fueron los más comentados y dividían los grupos en quienes los rechazaban de manera tajante (por supuesto, no faltaron alumnos —los menos, cierto— que decían categóricos que «eso» no era literatura, que la verdadera literatura tenía que ser «bella y agradable»), y quienes pedían más del mismo autor.

No es difícil saber por qué tenía más simpatizantes: esto lo propiciaban la amenidad y el ritmo ágil que Rafael imprime siempre en sus narraciones, la capacidad para captar de manera efectiva los giros e inflexiones del lenguaje coloquial que no desdeña, pero tampoco abusa de las palabras «altisonantes». Y a

sí recrea anécdotas y ambientes que sin duda hacen contacto con el lector.

Entonces, ¿por qué mi incomodidad al leer Una poética del mal? Aquí llegamos a un terreno peliagudo. Hay algo en las letras mexicanas de los últimos años que se ha dado en llamar narcoliteratura, corpus donde se han incluido desde una excelente novela como Trabajos del reino, de Yuri Herrera, hasta otras cosas que una vez pasado el furor por esta moda literaria nadie recordará. Como ya lo dijo Eduardo Antonio Parra, aunque se trate de un asunto actual, que está a la orden del día —o tal vez por eso mismo—, y por tener un gran impacto psicológico en la población, es definitivamente problemático abordar el narcotráfico en la literatura.

Pero Rafael Medina ha acometido esta empresa en Una poética del mal desde una posición inteligente y, en mi opinión, debido al apabullante cúmulo de información que padecemos desde todos los flancos y todos los medios, mucho más efectiva. Esto es, no hacer que aparezcan los buenos y los malos, los delincuentes y la policía, los jefes y los vasallos, quien quiera que sea cada uno de ellos; sino interesarse por quienes están detrás o al lado de este enorme asunto, los que reciben de manera directa e inclemente los efectos de este combate.

Así, a la muchacha pendeja que se va a casar con un incipiente narco golpeador en «Le dije que sí porque va a cambiar», el lector no puede augurarle un final feliz. Como también, al médico cuyo hospital se beneficia de los caprichos estéticos de la esposa buchona prepotente, pero muy generosa, en «La Beca», es fácil predecirle un destino similar al de otros de sus colegas, encajuelados o desaparecidos. O los padecimientos del pobre bobalicón dientudo a quien los dueños del pueblo, nomás por pura diversión, no le dejan siquiera bajar al arroyo de la calle para llegar a la acera de enfrente en «Nomás quería bajar un piecito».

Desde los títulos se puede ir delineando el plan narrativo de Una poética del mal: al ser tan evidentes, y claramente irónicos, aparece que la intención es mirar hacia la mera naturaleza humana, las emociones u obsesiones que nos mueven: el deseo, la ambición, el rencor. Mirar hacia lo básico e inmediato, despojado de complicaciones formales o lingüísticas.

Pero tampoco quiere decir que el autor se haya puesto demasiado serio y seguido por el camino del drama, de ninguna manera. Hay ironía y mucho humor (negro) en este volumen, como en toda la obra de Rafael Medina. Es inclemente y se mofa de sus personajes, como en «Mi cuñado en un mundo sin Dios», donde un artista conceptual se enfrenta al insólito y misterioso triunfo económico de su cuñado, quien incluso se permite comprarle sus obras. O en el retrato del hipster adinerado que desde su departamento de lujo planea y sueña con su llegada al Olimpo de los anarquistas ecológicos.

¿Y dónde quedó lo repelente, lo incómodo? Pues eso, que a pesar de que en ciertos momentos era inevitable soltar una sonrisa o francamente divertirse con los personajes, no deja de parecerme, como a Parra, un tema difícil. Sobre todo, porque hay cuentos que cuando vuelva a tomar el libro —lo confieso— probablemente me los brinque. Como la visión crudísima del sicario adolescente y recién estrenado en la chamba que está en «Omosexual se escribe sin hache». También «Terapia familiar», donde hacia el final del cuento se encuentra la escena más grotesca y abrumadora que he leído en mucho tiempo. A eso que pensé hace años con el novelista gringo, podría cambiarle el nombre y aplicarlo muy bien a este libro de Rafael Medina.

Pero a final de cuentas está bien eso, ¿o no? Que un libro mueva, que no nos deje indiferentes y nos haga cuestionarnos a través de la risa o la mofa, de la confrontación con una realidad que nos supera, que nos agobia, que nos rodea. Así pues, déjense mover por esta poética del mal de Rafael Medina.

**Texto leído por el doctor Luis Martín Ulloa en la presentación del libro «Una poética del mal» de Rafael Medina en la Librería José Luis Martínez del Fondo de Cultura Económica el pasado 23 de mayo de 2014.

 

 

Entrevista con Luis Miguel Estrada Orozco

El pasado 29 de mayo de 2014 tuvimos una entrevista vía telefónica con Luis Miguel Estrada Orozco, autor de Alain Prost, recopilación de cuentos que lo hizo merecedor del Premio Nacional de Cuento Agustín Yáñez 2013. Por estas fechas, aunque se encuentra de vacaciones en su natal Morelia, Michoacán, ha estado promoviendo su libro y haciendo investigaciones para su doctorado. Esto es lo que el autor nos platicó.

Entrevistador: Cuéntanos un poco de tu obra.

Autor: Empecé publicando en formato de libros aquí en Morelia por el año de 2006, en una editorial local de libros con un corte más bien artesanal. El primero fue Nueve relatos y una opinión y el segundo, Cuentos de Juan y Juan. Creo que en esta época estaba buscando, más bien haciendo una exploración hacia lo que estaba tratando de escribir y por ello fueron libros heterogéneos. Posteriormente, en el 2008, publiqué Colisiones con la Universidad de Guadalajara a raíz del premio Juan José Arreola; y finalmente, Alain Prost en Ediciones Arlequín en 2013, que fue premiado con el Premio Nacional de Cuento Agustín Yáñez.

E: ¿Cuáles son las temáticas que exploras?

A: Fíjate que todavía este tema de la temática a mí me sigue alzando un poco de escozor o de no sé, no lo puedo definir tan fácil como lo podría definir a uno un lector. Quiero decir con esto que los temas que tomé, por ejemplo, en Colisiones y Alain Prost, un par de libros que son más reflexionados, no son nada heterogéneos. Colisiones tiene mucho elemento fantástico, la literatura con ese corte me gusta mucho, por ello trato de incluirla en lo que yo hago y todavía tenía algunos cuentos que buscaban hacer ciertas exploraciones sobre el arte. En Alain Prost tengo ciertos cuentos que tienen alguna cuestión que, tal vez si se pusieran en conjunto, sería la nostalgia, que es un tema que atraviesa todos los cuentos. Creo que cada libro se para por sí solo, se define. Va a sonar muy elemental, pero la temática que exploro es la que en ese momento me esté moviendo. En Colisiones algunas cuestiones acerca del arte y de la fantasía de los rompimientos de la realidad, y en Alain Prost algunos tipos de remembranzas sobre mundos perdidos, la infancia, personas que murieron, etcétera.

E: ¿Qué tanto hay de verdad y de ficción en Alain Prost?

A: Yo creo que hay tanto de verdad y de ficción como en las propias anécdotas que uno cuenta. Por ejemplo, el cuento que abre, «Atardece el lago sobre un niño», se ubica en el lago de Pátzcuaro, aquí en Michoacán. Es un lago que conozco desde hace muchos años y al que efectivamente yo fui en un viaje más o menos similar con varias personas, pero todo lo demás no tiene que ver. En el cuento de «Alain Prost» muchos de los elementos de la infancia del personaje que habla son elementos de las vivencias con mis hermanos. «Clint Eastwood» habla sobre un tío mío. Básicamente se trata de tomar un elemento vivencial y después convertirlo en algo que sea legible, que sea un cuento. De biográfico, todo lo que escribo tiene bastante. Hace poco platicaba con un amigo y decía que escribir biográficamente es imposible, aunque al lector se le dificulte creerlo o uno lo enmascare para que no lo parezca. En los cuentos que yo escribo es más claro, pero las personas que me han conocido entienden dónde se encuentra ese elemento autobiográfico.

E: En tus historias ¿prefieres desarrollar los temas que te agradan o los que detestas?

A: Un poco de ambos. Creo que Nietzsche decía que nada más se recuerda lo que causó dolor, y algo de eso tiene que ver con la literatura como la escribo. Se recuerdan cosas dolorosas, pero no por dolorosas son desagradables, a lo mejor esa sería la respuesta a esta pregunta. Hay cosas que me apasionan, como el boxeo, pero me siento un poco incapaz de escribir una novela de boxeo. En Alain Prost hay un cuento que empieza a coquetear con eso, mas una novela no sé si la trataría de hacer. Sin embargo, siempre traduzco mis gustos en lo que escribo.

E: ¿Por qué la mayoría de tus personajes son jóvenes, qué perfil prefieres?

A: Es una cuestión de lo que está editado y lo que está editado no es lo único que uno escribe. Los personajes de Alain Prost oscilan en la treintena y van hacia atrás. Tengo algunos otros cuentos que aún no han salido en los que los personajes son mujeres, niños y también tienen mucha más edad que yo. Quizá lo que no he conseguido es que esto se publique. La relación de los textos que tengo refleja la cuestión autobiográfica. En Alain Prost, particularmente, los personajes tenían una edad más o menos parecida a la mía. Tengo también unos cuentos con voz femenina que me encantaría publicar.

E: ¿Por qué escribir cuentos en lugar de novelas? ¿Cuál es el encanto del cuento para ti?

A: Te voy a contestar como George Shivers, dice él que «cuando se está en la antesala de la muerte, no se tiene tiempo para contarse una novela, sino para contarse un cuento». El encanto del cuento es la brevedad, que la brevedad es una cuestión que pongo entre paréntesis, porque brevedad para mí siguen siendo abajo de cien páginas. Y esta cualidad que tiene el cuento que es muy milimétrica, muy, muy, muy milimétrica. Tengo también un par de novelas en el cajón buscando publicación y es un ritmo completamente diferente, es un ritmo, muy, muy, muy distinto. El encanto del cuento es su brevedad y es su intensidad también. El cuento, creo yo —es algo personal, una apreciación mía—, contesta una emoción, un pensamiento. El cuento está sumamente condensado, la novela es una exploración profunda, a lo mejor ese es el encanto. Y también la idea de que hay historias que vale la pena contar por sí mismas, no formar parte de una gran historia, no formar este drama de una historia principal, sino ser cosas que vale la pena contar por sí mismas. Además hay una relación muy interesante con la oralidad del cuento, que puede ser dicha por una anécdota de alguna persona, que no te toma más de quince o treinta minutos contarla —acaso si es una gran anécdota, un poco más, pero regularmente nos manejamos en eso—. Oralmente contamos cuentos, contamos historias, buscamos un efecto y, sobre todo, buscamos una condensación y algún tipo de claridad, eso es lo que yo veo en el cuento.

E: ¿Qué significa para ti ser ganador del Premio Nacional de Cuento Agustín Yáñez?

A: Creo que los premios significan, para casi todos los que ganan, primero el estímulo económico. Porque, bien que mal, uno crea sus hábitos burgueses, como comer tres veces al día o pagar una renta y todo eso. Claro, un apoyo económico de esa dimensión soluciona un par de problemas y por supuesto hace que uno continúe trabajando en esto. En mi caso, yo lo hacía desde mucho antes de que me dieran un peso y lo sigo haciendo, pero ese estímulo económico compra tiempo, eso es seguro. Cuando gané el Arreola, me compró suficiente tiempo como para hacer una maestría en Puebla. Cuando gané el Yáñez, me compró suficiente tiempo para ir a hacer un doctorado a Estados Unidos. Es un impulso que bien aprovechado te lleva a buenos lugares. Hay muchos premios en México, eso es cierto. Pero también es cierto que a veces un libro que se presenta con un premio de por medio puede ser un poco más afortunado en el sentido de abrir puertas. Es un libro que se para por sí solo, más allá del autor. Y a mí sí me parece importante que los libros se paren por sí mismos, más allá de un autor.

 

E: Cuéntanos un poco sobre ti, ¿significa algo haber nacido en la década de los ochenta?

A: Creo que no es algo a lo que le haya dedicado mucho tiempo de pensar, por mi asunto de estar en contabilidad y haber egresado de ahí, haber trabajado en ello. Este tipo de cuestiones como de pensar en el mundillo, no me pasaban mucho por la cabeza. Entiendo que hay cuestiones de identidad que diferentes autores de los años sesenta, setenta u ochenta pueden identificar, pero yo no sé si para mí realmente represente algo. Lo único que representa es que tengo treinta años y que todas las estupideces que hice de joven no las publiqué en Facebook. Fuera de eso no creo que represente algo, y si es así, no lo he reflexionado. Pero si esto se traduce a la literatura, qué mejor. Lo que uno escribe habla mucho más de lo que uno dice. Lo comenté en Guadalajara cuando estuvimos en la FIL, que muchos, perdón, todos los cuentos de Flor de juegos antiguos de Agustín Yáñez tienen que ver con un pasado que, cuando yo lo describí, esos juegos tenían al menos ochenta o noventa años de estarse ejecutando, de que los niños los hacían. Y te digo, al menos eso porque es la reflexión que tengo del libro, pero seguramente son mucho más viejos que él. Un poco de esa nostalgia de la que te hablaba que tiene que ver con ese cuento que se llama «Alain Prost» es eso, pensar que todo lo que nutrió mi infancia a lo mejor en un par de generaciones, y actualmente, ya se perdió. Tengo un hermano menor que tiene 15 años y a él todo eso, lo que está en ese cuento, le es absolutamente ajeno, no tiene la menor noción de eso. A lo mejor es lo que yo me he puesto a reflexionar sobre haber nacido en los ochenta: la velocidad con la que se pierden las cosas. Celebramos quizá mucho lo que se gana, pero también asusta un poco que con la velocidad con la que se ganan, con la que se conquistan terrenos, también se pierden.

E: Si no fueses tú mismo, ¿quién te gustaría ser?

A: Qué buena pregunta, ¿eh? Alguna vez Joaquín Sabina, el cantante español, dijo que si no hubiera sido músico, habría sido torero. Yo en lo particular creo que me dedicaría a practicar algún deporte de contacto, boxeador. Pero sé que hubiera sido un fracaso en eso, pues no soy tan disciplinado con mi cuerpo.

E: ¿Cuál es tu pasatiempo favorito?

A: Antes podía decir que la lectura, antes de que me dedicara tan en serio a escribir y a investigar y a todo esto, trabajaba de contador público, que fue mi licenciatura. Entonces, la lectura y la escritura seguían siendo un pasatiempo. Luego, cuando gané el premio Arreola en el 2008, me fui a hacer una maestría y empecé a publicar, no sé si añadir con seriedad, mas comencé a tomarme la literatura como un camino. Luego llegó un momento entre 2009 en que el box, un deporte que siempre me ha interesado mucho, era como uno de mis grandes pasatiempos y este año 2014 salió un libro de crónicas de boxeo que publiqué en D.F. Ahorita estoy trabajando en Cincinnati en una disertación acerca de boxeo y literatura mexicana. Los pasatiempos dejaron de ser pasatiempos y se convirtieron en cosas vivenciales. Entonces, pasatiempos pasatiempos, cada vez me quedan menos, lo cual me da mucho gusto, porque cada uno se ha ido incorporando a mi vida de una manera más intensa. Pasatiempos que me queden: ver películas a manos llenas y tratar de practicar deportes de contacto. Un tiempo practiqué aikido y taekwondo de una manera muy sencilla, sin buscar cintas, y en Cincinnati un tiempo practico boxeo, creo que este tipo de pasatiempos es lo que me mantiene activo.

E: ¿Cuál es tu frase favorita?

A: De las que no se me habían ocurrido, un amigo, mientras hacíamos investigación hace unos días, comentó una frase que me gustó mucho: «Los pesimistas se llevan pocas sorpresas en la vida. Pero las sorpresas que se llevan son gratis y son buenas». Esto va un poco de la mano con el eterno pecado de la insatisfacción y de esperar un poco lo peor. Esa frase me gustó porque también conlleva eso de prepararse para lo peor: si eres pesimista, estás preparado, llega lo mejor y las sorpresas son pocas, son grandes, pero son buenas.

E: ¿Cuáles son los escritores que te influenciaron de buena y mala manera?

A: De mala manera, no lo recuerdo. Son como las malas relaciones: uno prefiere pensar que nunca las tuvo, recuerdas todos los errores pero tratas de no recordar los nombres. Los escritores que me influenciaron de buena manera, cuando estaba joven, chavín, por ahí entre los siete y los catorce, escritores muy clásicos. Julio Vern: Miguel Strogoff me encantaba, Viaje al centro de la tierra. El último de los mohicanos, Sinbad el marino que es un libro que hasta la fecha yo atesoro, claro, es una parte de Las mil y una noches, pero en ese momento, cuando yo lo conocí, pues me parecía como que era un libro y sólo lo veía como un libro. Ya a los catorce años, Kafka. A alguien se le ocurrió darme La metamorfosis, que me hizo efectos muy perdurables. Edgar Allan Poe. Ya más grande, empecé a buscar mis autores, mis influencias, recuerdo que en un momento Manuel Puig y Guillermo Cabrero Infante me volaron la tapa de los sesos. Hace poco estuve leyendo algunos escritores en lengua inglesa que me parecen fenomenales, por ejemplo, ahorita que yo pudiera pensar como influencias actuales: Joseph Conrad, es un tipo de muchos años, que tengo leyendo desde hace cuatro; Ernest Hemingway, que me parece un escritor esencial como William Faulkner. Se me ocurren pocos. Marcel Proust, también. En su momento me impactó muchísimo, creo que he tratado de buscar unos elementos de él en lo que escribo, sobre todo porque me gusta mucho el tema de la memoria. Todas mis referencias son más o menos clásicas, porque en caso de duda acudo a un autor clásico; con los autores contemporáneos tengo… no me doy cuenta del impacto que causan. En caso de duda cuando estoy escribiendo, corro a Chéjov y Gógol. Hace poco, muy poco, leí a Victor Hugo, Los Miserables y me pregunté muy seriamente «¿qué estaba haciendo yo antes de sentarme a leer esto?».

E: Por último, ¿qué autores recomiendas leer y por qué?

A: Creo que hay mucho aprendizaje en autores clásicos. En caso de duda, para recomendar, si un libro ya superó los cincuenta años, visítalo. Diría por ejemplo Joseph Conrad, Victor Hugo, Chéjov, Gógol, Herman Melville, buscaría eso. Si alguien pensara en cómo diablos escribir prosa e introducir diálogos, pues a leer teatro. Si alguien tiene una prosa pobre, poesía. Depende. ¿Qué recomendaría yo? Lo que más bien me ha hecho, autores como los que comenté.

Karim Moreno

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Revisar traducciones

He intentado hacer pequeñas traducciones de poemas del francés y del inglés, que son los idiomas que medio entiendo e intento mascullar de vez en cuando, con el más puro interés de pasar el rato. Esos ejercicios me han servido para tomar conciencia de la dificultad intrínseca de la traducción literaria y de la importancia de arriesgarse y optar siempre por verter el sentido y nunca por la transliteración. He tenido la fortuna de publicar extraordinarias versiones en las que los traductores dieron trabajos impecables que merecieron un par de pruebas o tres, a lo mucho.

En cambio, en otros trabajos la colaboración entre editor y traductor fue más estrecha. Ante el encargo de publicar Las aventuras de Tom Sawyer tuve el dilema de usar una vieja versión o comprar una ajena a nuestro contexto, lo medité, pero como tenía a un editor hábil y deseoso para traducir opté por una versión propia. De inmediato, Jorge Pérez empezó a teclear en español leyendo la edición príncipe (editada por el propio Twain). Fue un trabajo intenso: Jorge traducía, de inmediato se leía, se discutían las aparentes inconsistencias y al momento quedaban resueltas: fue un buen trabajo. Pérez recién tradujo para Arlequín la icónica novela de Joe Meno, Los peinados de los malditos, en la que evitó el uso del decolorado e inexistente español estándar.

Todo ello viene a cuento porque me emociona el intenso trabajo de revisión que hicieron el editor Edgardo Russo, recién fallecido por un infarto, y el traductor Marcelo Zabaloy (a quien su corazón había dado un susto, justo en medio de la traducción) para publicar la nueva versión de Ulises de James Joyce (Cuenco de Plata, 2015). En entrevista publicada el viernes por El País de Uruguay, Zabaloy dice que en persona o por Skype se vieron para dialogar o leer en voz alta las opciones o las enmiendas, con frecuentes desencuentros por no llegar a un acuerdo. La revisión duró varios años. El resultado es histórico, y no cabe duda que estos dos hombres dejaron vida y corazón en tamaña labor.

Letra Bastarda

Felipe Ponce

NTR Guadalajara, 07 de septiembre de 2015.

La brevedad como fundamento

El Universo está construido de lo breve, todo lo demás son las consecuencias, derivaciones, eso que expande el laberinto. Y tan ese así, que los primeros humanos, ante un lenguaje que nacía, hablaron del mundo con brevedad. “Aquello que da luz y calor” habrá sido la explicación del Sol, y no un enorme tratado de astronomía. Aquello que fluye y da vida”, fue el río.

Ahora nosotros, miles de años después, nacemos afincados en un mundo elaboradísimo. Lo esencial ya floreció: donde hubo una semilla de conocimiento ahora hay un bosque. Es fundamental que los ríos den a luz a los océanos y que los edificios tengan más pisos más allá de las nubes. Que nuestro mundo sea un mecanismo cada vez más complejo, para que la hermosura de lo grandioso proyecte a los humanos con estrellas por engranes. Pero si queremos llegar lejos, es importante saber reconocer lo esencial, conocer el punto inicial del laberinto en donde estamos, llegar a ese instante que era antes de las muchas ramas y vertientes que nos pierden en el horizonte. La radicalidad de lo humano no es y no será ponerle un eslabón más a la cadena, sino ir a la raíz y desde ahí, iniciar nuevas e insólitas cadenas.

El poder de lo breve obliga a convocar lo esencial. Llama a lo primitivo y poderoso. El cuento hiperbreve, microficción o microrrelato, gregería (la distinción entre uno y otro sería, a mi juicio, está en la existencia, o no, de un personaje y en el nivel del conflicto dramático), es, tiene que ser, antes que nada: literatura; en ello su esencia. Y la esencia de la literatura es desarrollar lo humano en un tejido ficcional estilístico de tal suerte que le descubre al lector otra manera de entender el mundo y de entenderse por medio de la imaginación y el espejo del arte. La minificción le habla al corazón, a la mente y al espíritu” del lector y le susurra preguntas sobre ¿qué cosa es un “ser humano”? ¿Existe “la verdad”? ¿Tiene sentido la vida?

 

 

 

La minificción es un virus mortal con ADN de preguntas inteligentes; una bala de diamante que atraviesa nuestras armaduras más potentes. Armaduras con que nos protegemos la crueldad de la atroz belleza de la literatura: “Luego leo esa novela”, luego, cuando tenga tiempo. Pero aquí no es posible, una minificción se cuela por los ojos de la armadura y antes de que lo sepas, ya anida en tu alma.

La minificción, la verdadera, no es chiste. No es decir lo que ya se ha dicho pero de manera abreviada. No es ejercicio de telegrama. No es hipertexto. No es la referencia culta o literaria como guiño para los que la conocen. Puede ser todo lo anterior, pero solo como mecanismo para lo que le es suyo, que es resignificarnos de la infancia a adultez. Entonces no se puede dar el lujo de lo superfluo. Obviamente no a nivel gramatical: cada palabra debe de significar lo exacto o, si no, ha de ser guillotinada. Pero tampoco puede, no debe, darse el lujo de la superficialidad conceptual. No se confunda: no digo que la minificción tenga que ser férreamente filosófica, eso tampoco se le pide al resto de la literatura ni del saber y del arte humano, pero la intuición del mundo con que la literatura palpa lo humano ha de tener el mismo compromiso en una novela que en un texto de diez palabras.

En el El Canto de la Salamandra hay literatura brevemente extensa en la pluma de algunos de los escritores más notables de nuestro país y otros que están en camino de serlo o, cuando menos, sus minificciones están a la altura. Y naturalmente hablo por los autores reunidos, menos uno: yo, que sabrá Dios o el Diablo porque estoy aquí, pero, salvo eso, puedo recomendar esta antología que Rogelio Guedea tuvo a bien reunir y Ediciones Arlequín en publicar. Un libro-maremoto dispuesto de 24 vértigos-autores y cada uno compuesto por 10 cuentos-Agujeros Negros de bolsillo.

 

Texto escrito por Edgar Omar Áviles para la presentación del libro «El canto de la salamandra. Antología de literatura brevísima mexicana» de Rogelio Guedea, publicado por Ediciones Arlequín, 2013. Centro UNESCO, 24 de abril de 2014 en Zacatecas.

Revisar traducciones

08 Sep 2015

Revisar traducciones

 

He intentado hacer pequeñas traducciones de poemas del francés y del inglés, que son los idiomas que medio entiendo e intento mascullar de vez en cuando, con el más puro interés de pasar el rato. Esos ejercicios me han servido para tomar conciencia de la dificultad intrínseca de la traducción literaria y de la importancia de arriesgarse y optar siempre por verter el sentido y nunca por la transliteración. He tenido la fortuna de publicar extraordinarias versiones en las que los traductores dieron trabajos impecables que merecieron un par de pruebas o tres, a lo mucho.

En cambio, en otros trabajos la colaboración entre editor y traductor fue más estrecha. Ante el encargo de publicar Las aventuras de Tom Sawyer tuve el dilema de usar una vieja versión o comprar una ajena a nuestro contexto, lo medité, pero como tenía a un editor hábil y deseoso para traducir opté por una versión propia. De inmediato, Jorge Pérez empezó a teclear en español leyendo la edición príncipe (editada por el propio Twain). Fue un trabajo intenso: Jorge traducía, de inmediato se leía, se discutían las aparentes inconsistencias y al momento quedaban resueltas: fue un buen trabajo. Pérez recién tradujo para Arlequín la icónica novela de Joe Meno, Los peinados de los malditos, en la que evitó el uso del decolorado e inexistente español estándar.

http://www.arlequin.mx/web/sites/default/files/imagecache/blog_img/blog-imgs/los-peinados-de-los-malditos.png

Todo ello viene a cuento porque me emociona el intenso trabajo de revisión que hicieron el editor Edgardo Russo, recién fallecido por un infarto, y el traductor Marcelo Zabaloy (a quien su corazón había dado un susto, justo en medio de la traducción) para publicar la nueva versión de Ulises de James Joyce (Cuenco de Plata, 2015). En entrevista publicada el viernes por El País de Uruguay, Zabaloy dice que en persona o por Skype se vieron para dialogar o leer en voz alta las opciones o las enmiendas, con frecuentes desencuentros por no llegar a un acuerdo. La revisión duró varios años. El resultado es histórico, y no cabe duda que estos dos hombres dejaron vida y corazón en tamaña labor.

Letra Bastarda

Felipe Ponce

NTR Guadalajara, 07 de septiembre de 2015.

La brevedad como fundamento

22 Sep 2015

La brevedad como fundamento

El Universo está construido de lo breve, todo lo demás son las consecuencias, derivaciones, eso que expande el laberinto. Y tan ese así, que los primeros humanos, ante un lenguaje que nacía, hablaron del mundo con brevedad. “Aquello que da luz y calor” habrá sido la explicación del Sol, y no un enorme tratado de astronomía. Aquello que fluye y da vida”, fue el río.

Ahora nosotros, miles de años después, nacemos afincados en un mundo elaboradísimo. Lo esencial ya floreció: donde hubo una semilla de conocimiento ahora hay un bosque. Es fundamental que los ríos den a luz a los océanos y que los edificios tengan más pisos más allá de las nubes. Que nuestro mundo sea un mecanismo cada vez más complejo, para que la hermosura de lo grandioso proyecte a los humanos con estrellas por engranes. Pero si queremos llegar lejos, es importante saber reconocer lo esencial, conocer el punto inicial del laberinto en donde estamos, llegar a ese instante que era antes de las muchas ramas y vertientes que nos pierden en el horizonte. La radicalidad de lo humano no es y no será ponerle un eslabón más a la cadena, sino ir a la raíz y desde ahí, iniciar nuevas e insólitas cadenas.

El poder de lo breve obliga a convocar lo esencial. Llama a lo primitivo y poderoso. El cuento hiperbreve, microficción o microrrelato, gregería (la distinción entre uno y otro sería, a mi juicio, está en la existencia, o no, de un personaje y en el nivel del conflicto dramático), es, tiene que ser, antes que nada: literatura; en ello su esencia. Y la esencia de la literatura es desarrollar lo humano en un tejido ficcional estilístico de tal suerte que le descubre al lector otra manera de entender el mundo y de entenderse por medio de la imaginación y el espejo del arte. La minificción le habla al corazón, a la mente y al espíritu” del lector y le susurra preguntas sobre ¿qué cosa es un “ser humano”? ¿Existe “la verdad”? ¿Tiene sentido la vida?

 

https://www.arlequin.mx/web/sites/default/files/imagecache/blog_img/blog-imgs/baner_salamandra_twitter_1.jpg

 

La minificción es un virus mortal con ADN de preguntas inteligentes; una bala de diamante que atraviesa nuestras armaduras más potentes. Armaduras con que nos protegemos la crueldad de la atroz belleza de la literatura: “Luego leo esa novela”, luego, cuando tenga tiempo. Pero aquí no es posible, una minificción se cuela por los ojos de la armadura y antes de que lo sepas, ya anida en tu alma.

La minificción, la verdadera, no es chiste. No es decir lo que ya se ha dicho pero de manera abreviada. No es ejercicio de telegrama. No es hipertexto. No es la referencia culta o literaria como guiño para los que la conocen. Puede ser todo lo anterior, pero solo como mecanismo para lo que le es suyo, que es resignificarnos de la infancia a adultez. Entonces no se puede dar el lujo de lo superfluo. Obviamente no a nivel gramatical: cada palabra debe de significar lo exacto o, si no, ha de ser guillotinada. Pero tampoco puede, no debe, darse el lujo de la superficialidad conceptual. No se confunda: no digo que la minificción tenga que ser férreamente filosófica, eso tampoco se le pide al resto de la literatura ni del saber y del arte humano, pero la intuición del mundo con que la literatura palpa lo humano ha de tener el mismo compromiso en una novela que en un texto de diez palabras.

En el El Canto de la Salamandra hay literatura brevemente extensa en la pluma de algunos de los escritores más notables de nuestro país y otros que están en camino de serlo o, cuando menos, sus minificciones están a la altura. Y naturalmente hablo por los autores reunidos, menos uno: yo, que sabrá Dios o el Diablo porque estoy aquí, pero, salvo eso, puedo recomendar esta antología que Rogelio Guedea tuvo a bien reunir y Ediciones Arlequín en publicar. Un libro-maremoto dispuesto de 24 vértigos-autores y cada uno compuesto por 10 cuentos-Agujeros Negros de bolsillo.

 

Texto escrito por Edgar Omar Áviles para la presentación del libro «El canto de la salamandra. Antología de literatura brevísima mexicana» de Rogelio Guedea, publicado por Ediciones Arlequín, 2013. Centro UNESCO, 24 de abril de 2014 en Zacatecas.

Manel Zabala sirve su “Paella mixta” en la ciudad

El escritor catalán, cuya obra en México es publicada por Ediciones Arlequín, se encuentra de visita en Guadalajara para presentar sus relatos

Una de las prioridades del escritor catalán es regresar a los principios de la tradición oral.

9-Agosto-07 • Público • Édgar Velasco Barajas
Érase una vez un toro —llamado Garcilaso— que mató, de una cornada, a Lujurín Lubrique, uno de los toreros más queridos en España. En su defensa, el astado apeló a la “sección 1º artículo 1º de la Constitución Española (los derechos de los españoles, no se especifica si hombres o animales): ¡todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral!”. La historia de Garcilaso convive con la del pequeñísimo Patufet, con el poeta Jordi Valls y el pino Marcelino. La amalgama de personajes es autoría de Manel Zabala, escritor catalán que se encuentra de visita en Guadalajara para presentar su trabajo literario, publicado en español por Editorial Arlequín con el título de Paella mixta.

La publicación es una selección de cuentos publicados en los dos primeros libros de Zabala: Ieu sabi en conte… y Massa café. Escritos originalmente en catalán, a México llegan en español gracias al trabajo de Marta Noguer y Carlos Guzmán. “Me parece fabulosa la traducción, aunque, incluso, hubiera preferido que la hicieran más local”, relata Zabala.

Una de las prioridades del escritor catalán es regresar a los principios de la tradición oral. “Tengo una obsesión por el hecho de que el ejercicio literario no se note: lo importante es la historia. Me interesa que cuando alguien lea los relatos sea como si estuviera escuchándolos”. Para lograrlo, agrega, cada uno de los cuentos pasa por lo que llama “prueba de oralidad”: reúne a sus amigos, lee los relatos y si alguien se distrae, es momento de corregir.
Para la elaboración de los cuentos recopilados en Paella mixta, Manel Zabala echa mano de personajes fantásticos que narran historias que el mismo autor define como “crueles”. Esto se debe, agrega el narrador, a que “el cuento tradicional es la forma más aparentemente inocente para explicar cosas muy crueles. Me gusta jugar con esa idea”. Otro aspecto importante en los siete relatos que integran el volumen editado por Arlequín es el humor negro. Zabala comenta que, para él, no es importante la “sacralización de la literatura”, pero que sí es importante cuidar que cada una de las historias posea un “humor inteligente”. Para tener un acercamiento a la obra del escritor Manel Zabala, Ediciones Arlequín y el Fondo de Cultura Económica han organizado una mesa de diálogo mañana, a las 20:00 horas, en la librería José Luis Martínez (Chapultepec 198, entre La Paz y López Cotilla). En la actividad participarán el autor de Paella mixta y los traductores Marta Noguer y Carlos Guzmán. La entrada es libre.

Cataluña y México comparten justa relación literaria

Manel Zabala es considerado uno de los autores más representativos de la literatura joven catalana

Después de la Guerra Civil Española (1936-39), 300 mil catalanes tuvieron que irse al exilio y buena parte acabó en México

El Financiero • Cultura – Miércoles 8 de agosto (15:03 hrs.)
Cataluña y México comparten una relación literaria “justa” que surgió del intercambio intelectual de ambas culturas desde la época del exilio español a México, a partir de 1939, consideró aquí el escritor Manel Zabala (Barcelona, 1968) después de presentar su libro Paella mixta.
En entrevista, el autor que se encuentra de visita en México por segunda ocasión, opinó que la literatura de ambos países “es la misma cosa, pues después de la Guerra Civil Española (1936-39), 300 mil catalanes tuvieron que irse al exilio y buena parte acabó en México.
“Cuando se dio esta salida cambiaron totalmente sus referentes, muchos siguieron escribiendo su literatura catalana, una literatura que estuvo prohibida en su tierra, en Cataluña no había ediciones en catalán y si las había, se ponía una fecha falsa, anterior a 1939”, recordó.
La creación catalana, opinó, “tuvo más fortuna aquí, que es donde se podía editar, pero los referentes de esos autores son tal vez mexicanos, vivieron aquí, escribieron en catalán, pero acabaron finalmente siendo mexicanos y lo único que tenían de catalán era la lengua, todo lo demás, sus referentes eran los de este país”.
Zabala, quien es considerado uno de los autores más representativos de la literatura joven catalana, agregó, “cuando la obra de estos autores llego a allá, vimos cosas que nunca habíamos oído y también creo que buena parte del exilio español y catalán influyó aquí, también llegaron cosas que no se habían oído, creo que es lo justo”.
“Tenemos los ojos puestos en nuestros países por lo que sucedió durante todos estos años desde 1939 a 1975”, sostuvo.
Presentado en un centro cultural de la colonia Roma de esta ciudad, en Paella mixta, el autor reúne seis historias en las que funde personajes y situaciones de la vida cotidiana con una dosis de humor negro, referente esencial de su obra.
Este libro, dijo, “está integrado por seis cuentos de ficción y humor inteligente, no me gusta el humor vulgar, entiendo que hoy hay un divorcio entre lo que es la literatura y los lectores, me gusta la alta literatura y hay momentos en los que uno no tiene ganas de explicar cosas serias y profundas de una manera seria y profunda, esto es literatura y tiene humor sobre cosas cotidianas”.
Historias como “Gas natural”, dedicado a la encargada de productos y servicios de la empresa española que ofrece gas natural o un texto en el que disiente con su colega, el poeta Jordi Valls, se reúnen en el tomo editado conjuntamente por Ediciones Arlequín, la Universidad de Guadalajara y el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), del Conaculta.
En mis historias, explicó el autor, “me gusta mostrar la calle, decir donde vivo, me gusta ver grafitis, me gusta jugar al futbolín, yo entiendo que todos los materiales son nobles, creo que uno no sólo es lo que lee, lo que vives, aquí por ejemplo hay un decálogo de mi empresa, conversaciones de la calle, creo que un escritor debe tener la oreja a punto”.
Todo el humor contenido en esas historias, subrayó, “lo buscas y lo creas, a mi me gusta divertirme como todo el mundo y entiendo que la vida es muy triste y digo tengo que trabajar mucho, tengo que hacer muchas horas extras en diferentes trabajos, sé que tengo que ser un buen escritor para que me conozcan, para que venda el libro”.
“Para poder dedicarme a escribir tengo que hacer 40 mil cosas, tengo que escribir en prensa, hacer relaciones y llega un momento en el que uno ya no tienes ganas, es una cosa que te frustra y dices mi humor es muy negro pero si hiciera literatura de denuncia pensarían que soy un amargado, triste y tampoco quiero ser eso, si quieres (el humor) es como una válvula de escape”, concluyó.
(Con información de Notimex/SCL).